sábado, 7 de junio de 2008

Su Nombre Era Ringo...

Su nombre era ringo, pero no era un perro cualquiera, era como una nave espacial, daba vueltas y vueltas en el aire. Aún me pregunto como lo hacía. Cuando yo iba llegando a casa, ya el lo sabía y corría como loco hacía mi, empezaba a dar giros y giros y más giros, si, como un trompo, y de pronto se iba elevando sobre los aires como un platillo volador hasta que llegaba a mis brazos ya preparados para cargarlo antes que diera un bote en el suelo. La primera vez que lo hizo me quedé sorprendido, pero ese era el principio de las facetas y genialidades de un perro raro. Mis amigos me preguntaban que como era que Ringo, siendo tan pequeño no les tuviera miedo a los perros grandes y los desafiara hasta el punto de tener que meterme a defenderlo para evitar así una masacre
ante mis ojos.
Resulta que en los años noventa, en mis andaduras de director técnico del América, el era el fan número uno de aquellos partidos al aire libre, en canchas llenas de confetis, silbatos y parrandas juveniles, y lo más insólito de todo era que nadie lo invitaba, aparecía por sorpresa entre la multitud hasta encontrarme. La cancha no estaba nada cerca, pero el se las ingeniaba y llegaba tranquilamente, daba sus vueltas, vueltas y más vueltas, tomaba impulso y otra vez se dejaba caer a mis brazos, como siempre.
Todos los días cuando yo venía de la Universidad, me esperaba en la esquina donde vivía mi novia, estaba sentado y mirando todos los autobuses que pasaban, como quien espera a ese alguien que sabe que vendrá. Yo lo veía a lo lejos, y muchas veces traté de escondérmele, pero su olfato no le fallaba, al instante daba la vuelta varias veces y me divisaba, entonces salía corriendo con sus ojitos brillantes y su cola delgada dando latigazos al aire, daba mil vueltas en el aire, se elevaba en los aires y caía una vez más en mis brazos lleno de alegría y felicidad. Aún lo recuerdo…que días aquellos, era mi perro, si, fue mi perro más querido y como todo lo querido, terminé perdiéndolo para siempre, si, como todo lo que he querido…
Recuerdo que una mañana cualquiera lo vi agitando la cabeza de forma extraña y constantemente se le iba la cabeza a un lado, una y otra vez se repetía la acción, el me miraba y me decía que lo ayudara, que no entendía nada de lo que le estaba sucediendo, ni por qué, pero que confiaba en mi. Yo estaba perplejo, jamás había visto algo igual.
Lo llevé al veterinario de inmediato y este me dijo que se debía a algo así como una infección trasmitida por una mosca, que era muy difícil que se recuperara, que el tic que tenía aumentaría hasta no poderse mantener en pie. También me comentó que poco a poco se le incrementaría el dolor y sería mejor que no sufriera. Yo sabía lo que me quería decir, pero tuve la esperanza de quienes no tienen nada que perder, de quienes no se rinden jamás y mucho menos por lo que quieren. Le compré los medicamentos, pero estos no le hicieron efecto. Mi Ringo, mi perrito hermoso y querido se estaba yendo de mi lado y yo no podía hacer nada por evitarlo. Lloraba por las noches mientras lo escuchaba aullar, fueron noches interminables y confusas las que viví esa vez…el me miraba con sus ojos cada día menos alegres y me movía la cola acostado, pues, ya no se podía parar. Con dolor en mi alma decidí llevarlo nuevamente al veterinario haber si aún existía alguna esperanza o una posibilidad milagrosa que lo acercara de nuevo a mi, y se desgarró mi alma al escuchar lo que no quería escuchar. La eutanasia era lo único que evitaría y acabaría con ese sufrimiento me dijo, pensé por más de diez minutos y sin querer hacerlo pronuncie la palabra que apartaría de la vida a mi gran amigo Ringo, mientras el me lanzaba esa mirada que ya hacía algunos días no me lanzaba, como dándome las gracias por la decisión tomada. Entonces vi, como el veterinario le introducía lentamente la inyección letal en sus entrañas. Me grabé en mis ojos su vida y en mi vida la última mirada que me dio, fue una mirada brillante como una estrella, si, porque yo sabía que el no era de este planeta, sus ojitos quedaron abiertos y aunque quise cerrárselos, no pude…entonces vi como se fue levantando poco a poco y corrió hacía mi, y dio mil vueltas y mil vueltas, y mil vueltas más, y mientras se elevaba en los aires, con su cola delgada me dijo adiós…
Su cuerpo lo enterré en un camino por el cual yo transitaba muchas veces, puse una cruz en su nombre, pero lo cierto es que el no quedó ahí, porque se fue muy lejos y aún lo recuerdo como a uno de los amigos más leales que he tenido. Algunas veces miro a las estrellas y lo veo alegre, dando y dando vueltas por los aires como en aquellos, nuestros ya pasados y hermosos días alegres…

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