sábado, 14 de junio de 2008

La Adolescencia




Mientras jugaba como un niño,
descubrí que ya era grande.



La adolescencia la recuerdo como esa etapa en que concibes las cosas sin importarte mucho el futuro, o si lo haces, lo ves sin limites, y ese futuro es algo lejano y casi inexistente que crees jamás llegará, porque piensas que sólo el ahora vale y es consecuente con tu manera de pensar. La espontaneidad de las cosas que haces, van de acuerdo con la velocidad como se te van presentando, es un mar sin limites el que tienes a tu alcance. La adolescencia es ese momento de la vida en que todo el mundo es para ti, nadie vale más que tú y todo lo puedes lograr. El centro del universo gira en torno a tu ego, es más, eres algo así como un ser infalible y si te equivocas es por culpa de los demás, nunca por tus acciones u omisiones. Es la época en que los mayores son tus enemigos y más aquellos, sin son de tu propia familia. Así era yo, como un torbellino de luz que no se podía atrapar, inalcanzable y traslucido, escapándome por cualquier esquina lejos de mis abuelos, evitando así sus regaños y consejos inútiles en esos años. La cara se les quedaba blanca, pues me decían una cosa y yo hacía totalmente la contraria, algo distinto a lo que me aconsejaban.
Recuerdo que cuando íbamos en el autobús público al colegio, formábamos algarabías y recochas con todos mis amigos, las griterías, las risas y los empujones sobraban, eso si era un mundo perfecto, idílico, creo que tenía entre catorce y quince años y las chicas que iban allí nos miraban también picarescamente. Pero allí estaba ella nuevamente, como casi siempre, mi abuela, subiéndose al mismo autobús, como sabiendo que íbamos allí y que realmente estábamos haciendo lo contrario a lo que deberíamos hacer, a lo que ella nos había dicho que no hiciéramos. Entonces decía en voz alta al conductor: señor conductor, esos que ve al fondo son mis nietos, no deje que formen este desorden aquí, yo le autorizo para que los baje si le van formando algarabía en el autobús, ellos están estudiando, y parece que estuvieran vendiendo en el mercado, todo el mundo nos quedaba viendo y en ese entonces nos hacía pasar una vergüenza que generaba en segundos tanta rabia hacía ella, que ahora que lo pienso, me arrepiento de haberla sentido siquiera un instante, a demás, seguía diciendo – refiriéndose a mi hermano – ese que va ahí, no quiere no cortarse el pelo, lo ve, lo tiene tan largo que creo que lo confunden muchas veces con una mujer, no sé nada de esta costumbre ahora de los hombres llevar el pelo más largo que las mujeres.
Así era ella siempre, pero sin embargo a nosotros (mi hermano y yo), no nos importaba demasiado, yo estaba afanándome aprendiendo a bailar música Africana, como para perder el tiempo prestándole atención a todo lo que decía mi abuela y él a demostrar cada día más sus dotes con un balón en los píes. En mi adolescencia disfruté también de mi primera borrachera, si a eso se le llama disfrutar. Primero sentí una gran alegría y como si caminara sobre las nubes, pero poco a poco todo me iba dando vueltas y vueltas…y más vueltas, luego me entraron unas enormes ganas de vomitar, recuerdo que esa fue la única vez que lo hice, jamás he vuelto a vomitar por nada, y fue como si me arrancaran una parte del estomago o el estomago mismo, luego me quedé dormido mientras mi abuela me decía “claro, eso es lo que buscan con el ron, como si tomar fuera muy bueno, tan jóvenes y tomando como grandes, si así empiezan, quien sabe como terminaran…..” y mil cosas que ya con los años han quedado en el olvido.
Las fiestas que hacíamos en casa eran las mejores, todos los veinticuatro de diciembre se llenaba la sala de chicas, que eran las únicas que recibían invitaciones de nosotros, ya que los hombres siempre llegaban sin ser invitados. Nuestras fiestas eran espectaculares, venían las mejores chicas del barrio, mejor dicho, casi todas, y de los barrios de al lado. Pero eso si que era bueno. Cada dos o tres canciones bailando con una pareja distinta hasta conseguir la pareja de la noche, esa con la cual nos daríamos los mejores besos de diciembre. Nos peleábamos a las mejores chicas de la fiesta, hasta que la conseguíamos. Recuerdo a Luís el día que se acercó a sacar a bailar a la chica más impresionante de la noche, la chica le dijo que no, que lo sentía mucho, pero que no podía, y le dio las gracias, él se vino a sentar con una cara de pena, no nos dijo nada, pero nosotros nos comenzamos a burlar. A los pocos minutos la chica se levantó de la silla y se dirigió a la sala, y todos quedamos sorprendidos, pues no lo podíamos creer. La chica tomó una muletas que tenía debajo de la mesa y entonces comenzó a caminar, todos nos miramos con cara de incrédulos, ella nos miró también a nosotros, bajamos las miradas con la vergüenza que da la ignorancia de la juventud y nos dimos cuenta que por ir de enterados por la vida, nos burlábamos de todo lo que caminaba o respiraba en el mundo, sin importarnos nada de los demás, porque con esos años no ves eso, ni mides consecuencias de actos ni palabras. Lo cierto es que se nos caía la cara de vergüenza con aquella chica, pero no podíamos hacer nada para cambiar las cosas, y muy dentro de mi sentí que las cosas no eran iguales para todas las personas y lo que allí en un momento nos causaba risas, a otros podían causarle enorme dolor.
La adolescencia es ese momento en que crees que todos los amores que llegan a tu vida serán eternos, que esos besos jamás se irán, mientras ignoras que son el cumulo de experiencias que necesitas para crecer y que esos amores imposibles son así, imposibles y nada más, tampoco todas te podrán amar, para algunas serás un ave de paso, como lo que fui para muchas y algunas para mi. Mi adolescencia en realidad la descubrí cuando se me había ido, cuando me di cuenta que ya no era adolescente. De eso casi ni te das cuenta, porque andas envuelto en otras cosas distintas y para esa época no lo sabes, no sabes que se va tan de prisa como las horas, o las hermosas corrientes de aire en días calurosos. Una mañana descubrí que ya no era adolescente, lo descubrí sentado en mi cama, pensando como joven, si, como joven, pero no como antes y con un poco de más responsabilidad que en días anteriores. Me vi al espejo y miré que los años corren como ardillas, en esos momentos sientes que es verdad lo que te decían y no creías, que todo pasa sin darte cuenta, ahora lo sé, porque por lo menos me quedaron esos recuerdos de lo que hice, soñé y gocé en aquellos tiempos. Creo que dormido perdí la adolescencia de mi vida, quizás se me fue soñando en ser grande, en ser lo que ahora soy y quisiera evitar, para seguir disfrutando de las tantas cosas que ayer viví y de aquellas con las que me quedé con ganas de poder realizar. Siento que quedaron muchas cosas inconclusas en mi vida en esa adolescencia que se escurre fugazmente, siento que gran parte de ella la sigo viviendo cada día en los sueños que llegan a mi de aquellos años, repleto de amigos y momentos inexplicables porque cada uno los siente a su manera, como ese algo que sigue estando vivo dentro de nosotros, por muy viejo que nos pongamos. La adolescencia en si, es esa parte de ti que jamás muere en realidad, porque pasas toda una vida recordándola...

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