sábado, 7 de junio de 2008

Aferrado A Mi Inocencia...


Ese niño que regresa una y otra vez se parece a mi,
pero hay algo que él busca en mis ojos y ya no encuentra...


Ahora que lo pienso bien, en esos tiempos yo no entendía nada de nada. Me refiero a la complejidad de la vida. Este recuerdo para ser preciso, me llega hoy muy lejano y nublado, tal vez por los años que tiene, pues para esa época yo tenía seis o siete años, no más, imagínense que jugaba con muñequitos de Batman y Robin, ya saben, super héroes de cómic. Tenía un batimóvil (el coche de Batman) que no sé en que momento se me perdió en la piscina. Bueno, yo vivía con mi mamá en una casa muy bonita, de dos plantas. Allí tenían dos o tres coches y cuanto lujo se les antojara. Mi mamá trabajaba para una señora que tenía dos hijos adolescentes y uno casi de mi edad, jugábamos mucho. Lo que si es cierto, es que ahora que lo pienso, no recuerdo haber visto nunca al marido de ella. Sus hijos adolescentes tenían también motos. No preciso bien cuanto tiempo viví en aquella lujosa casa, creo que a esos años, esos datos no se memorizan tan facilmente. Mi mamá trabajaba allí como asistenta de hogar, para mi en esos tiempos con el poco conocimiento que yo tenía, ese era un trabajo de muy alta reputación, y jamás la sentí quejarse de el.
Los sábados salía con mi madre en las tardes. Íbamos a pasear al Parque del Este en Caracas. Era un parque hermoso, el único que conocieron mis ojos en la niñez, y el más lindo que haya visto jamás. Para mi no habrá otro igual. Mi madre y yo nos sentábamos en el suelo, en las gradas o el césped que era muy verde, comíamos helados, algodones de azúcar, perros calientes, jugos de naranja. Yo era feliz en ese tiempo, me gustaba mucho que llegaran los sábados, pues luego salíamos a caminar, y paseando por las calles y almacenes, ella terminaba comprándome lo que yo quería, y sino me lo daba a las buenas, comenzaba con mi berrinche callejero que me daba los mejores resultados en aquellos días. (Supongo que es algo que pagaré con mis hijos)
Los domingos asistíamos a la iglesia, allí si que lo pasábamos bien, yo adoraba la Escuela Dominical, las historias de Jonás, Moisés, José y otros a los que yo veía como Héroes de mis aventuras imaginarias. Ya en la tarde regresábamos al trabajo de mi madre y nos metíamos en la habitación pequeña donde veíamos televisión hasta dormirnos.
En esa habitación pasé la varicela, lleno de granitos dolorosos. Creo que me repitió como veinte veces, porque sentí que era eterna, no se me iba y cada día me dolía más. Me metían en una porcelana (Bañera de aluminio para lavar) llena de agua con medicamentos y me bañaban hasta que se me fue quitando. Me dejó sus señales, una que tengo en la sien, otra por la frente, pero en realidad al pensarlo bien, hay quienes después de pasarla, quedan marcados para toda la vida llenos de huequitos en el rostro, que es donde más se ensañan.
Si bien recuerdo, había algo que no me dejaba ser del todo feliz en esos días, era el recuerdo constante de mi hermano. Marlon se había quedado en Cartagena De Indias. En plena niñez los sentimientos de hermandad se me hacían grandes y su carita de niño bueno me llamaba constantemente en la distancia. La verdad es que hoy aún siendo adultos, nos hemos mantenido siempre unidos y con esa complicidad que pocos tienen, siendo leales a nuestros secretos y peripecias de la cual no me arrepentiré jamás.
Mi abuela y mi madre me matricularon en un colegio muy bonito, tenía toboganes, casitas de colores, sube y baja, pelotas, muñequitos de lego y muchas otras cosas que me volvían loco de emoción. La comida que me daban me gustaba mucho, sobre todo la lenteja y el jugo de sandía. Pero a la semana de entrar en el, les dijeron a ellas que allí no podían seguir conmigo, sostenían que me sabía de antemano todo el programa a seguir, por lo tanto me encontraba a nivel académico más adelantado que los demás niños e interfería en el ritmo de aprendizaje de ellos. Ese fue un golpe muy duro para mis aspiraciones de armar los mejores castillos de la historia con fichitas de lego y dibujar los más lindos superhéroes con los miles de colores que había allí. Les quise decir que me quedaría callado para siempre, que no respondería quien descubrió América, ni en que barcos venían los conquistadores, que me guardaría esos detalles para mi, pero no me dejaron hablar, ya lo tenían decidido, no era una propuesta, sino una decisión muy drástica para un niño de tan pocos años. Me quedé con las ganas de jugar como yo quería, sólo saboree esos deliciosos momentos una semana. Al alejarme giraba la mirada atrás y con lágrimas en los ojos todos los colorines de la que ya era mi antigua escuela se me fueron quedando en el recuerdo.
Me regresaron a Colombia de la misma forma en que me llevaron a Venezuela. En un autobús. Pasamos la frontera y los policías ni se dieron cuenta. Al ir a Caracas me senté en las escalerillas de la salida trasera del autobús, y al regreso bajé a orinar y subí como si nada hubiera pasado mientras los policías de aduana pedían los pasaportes a todos, menos a mi, ni a quien respondía por mi presencia (mi abuela). Fue como si yo no existiera.


En esos tiempos no sentí nada de nostalgia al dejar aquellas tierras. A veces recuerdo su clima, el mejor que he sentido mientras paseaba por sus lindos parques de diversiones y calles hermosas. Ni siquiera me importó, ni recordé más el metro que se construía en la ciudad, ni los huecos tan grandes en medio de sus calles por las obras. Mi mamá se quedó trabajando en Caracas y mi abuela me retornaba a mi hermosa y bella Cartagena de Indias. Atrás dejé los sábados del Parque del Este, los caballitos y los indios en miniatura que coleccionaba, los cochecitos militares y sus ametralladoras en la parte trasera, pero lo más lindo de todo es que volví a ver a mi hermano Marlon, y a Eduardo, el hermano de mi abuela que siempre fue más que mi abuelo.
Algunas veces recuerdo a esa ciudad llena de puentes bien construidos, largos y entrecruzados como laberintos con sus grandes farolas que se perdían en la distancia. Sus magnitudes quedaron grabadas en mi memoria, y aún aquí en España, muchas veces he buscado sus calles centrales y perfectas sin distinguirlas, pero los tiempos siguen corriendo y van más de prisa que mis recuerdos, y hoy, dicen que Caracas ya no es la misma, que no es lo que era, pero no me importa, a esa ciudad prefiero recordarla como era entonces, y verme cruzando uno a uno esos puentes, hasta volver a lo más remoto de aquella infancia y caminar una vez más sus parques aferrado a mi inocencia y a las manos tiernas y cálidas de mi mamá…

No hay comentarios:

Que tal te ha parecido este escrito

Buscar este blog