viernes, 28 de diciembre de 2012

El 28 y Las Tres Marías...

Esa noche nos dijeron que las estrellas que estábamos observando se llamaban las tres Marías, sí, las tres Marías, y que siempre estaban junticas. Que sus nombres provenían de las mujeres que rodearon a Jesus y se encuentran en los libros bíblicos del nuevo testamento y cada uno de esos nombres fue puesto por una razón. Nos explicaron que una de esos nombres fue puesto en honor a María, la madre de Jesus, otro por María Magdalena, y el otro por María Betania del cual no tengo referencia historica. Han pasado si la memoria no me traiciona veintiún años, once meses y veintiocho días desde aquella noche.
 
Esa noche La recuerdo singularmente por las circunstancias adversas que evitaban que me viera con María. Pero como yo soy así de decidido y me gusta romper las normas y crear con cada paso mi mundo, entonces cada decisión la llevo hasta las últimas consecuencias, cada momento lo vivo con gran intensidad, porque no siempre lo podremos repetir, porque no dejo escapar un instante por absurdo que parezca. Sé qué algunas veces creemos que volveremos a ver a seres que amamos, porque pensamos que el tiempo y el mundo lo tenemos en nuestras manos por la juventud que tenemos, pero eso siempre no es así, algunas veces no reaparecen en nuestras vidas y nos quedamos con una pena tan honda como nosotros mismos. La juventud se marcha de nosotros como los sueños, lo que sucede es que la juventud se puede vivir de distintas formas, pero algunos no logran realizar jamás sus sueños.
 
Aquella fue una noche especial, en la que se hacen cosas especiales por personas especiales, y no te importa mentir si haces sentir a quien quieres feliz. Esas son las únicas mentiras que valen.
 
María Eugenia del Carmen. Fue nuestro primer año de noviazgo. Con su cabello azabache y ojos negros como el carbón dejaba mudo a quien osaba mirarla. La conocí cuando apenas era una niña y yo rondaba los dieciséis. Siempre me dijo que desde esa primera tarde que me vio me clavé en sus pensamientos. No sé si fue verdad o mentira, no viene al caso ahora, lo cierto es que me escogió como su acompañante de quinceañero muchos años después, uno de los momentos más importantes de su vida en aquellos años de adolescencia.
 
Por mil motivos jamás hubo algo entre nosotros en ese entonces, no es pecado que te guste la hermana de tu mejor amigo y que puedas amarla, pero la edad era una cosa, y otra que me gustaran todas, y defraudar la lealtad entre los dos. Eso ni yo mismo me lo permitiría.
 
Pero los años pasan, y después de muchos al final terminamos saliendo. Yo la visitaba después de cada partido de la universidad y en su casa siempre fui bien apreciado por toda su familia. Durábamos horas y horas sumidos en largas conversaciones con todas las temáticas posibles sin surgir el aburrimiento entre nosotros.
 
Diez años antes de terminar el siglo pasado, en ese preciso año en que la ausencia de mi abuela se hacía más latente e inevitable, y en que solo habían pasado seis meses desde su triste partida, María me dijo que quería que la visitara el treinta y uno de diciembre, y lo pasara con ella y en compañía de su familia. No me pareció mala idea, y lo acepté.
 
Esa noche nos sentamos como siempre frente a su casa en el barrio Getsemaní. Sacamos las sillas que recostamos a la pared y sus patas delanteras quedaban colgando mientras reclinábamos la espalda. Era una sensación de tranquilidad la que emanaba de ese hogar que siempre me produjo buenas vibraciones. Yo me recuerdo con mi pantalón gris y camisa de cuadros negros y blancos. A ella con sus ojos negros mirándome siempre de esa forma tan aguda como lo hacía y pronunciando mis dos nombres completos como ninguna lo ha hecho en cada frase. Allí afuera pasamos horas y horas, en esa calle angosta de mi legendaria Cartagena. Esa calle marcada por tanta historia. A dos calles se apreciaban parte de unas murallas que habían sido cortadas para dar salida a un puente.
 
Mientras yo pensaba en mil cosas como siempre, y sus manos me agarraban, nos quedamos sumidos, perdidos y eclipsados por el encanto de las tres Marías durante varios minutos. María me preguntó ¿Qué María soy yo para ti? Le dije: la única, no he tenido ninguna otra María en mi vida. Se sonrió y reclinó sobre mi hombro.
 
Llegaron las doce y así como llegaron también se fueron, por lo tanto yo también debía marchar, me esperaban en casa y el trayecto era largo. María me acompañó a parar un taxi, y nos despedimos. Subí y le dije al taxista que me llevara a los Calamares y emprendió la marcha, pero a las dos cuadras le dije sorprendido que no siguiera, que se me había quedado la cartera, que por favor esperara, que la buscaría y volvía, me dijo que no podía, que era una buena noche y había muchos clientes en la calle. Me dejó en el reloj floral.
 
Lo cierto fue que mi cartera estaba conmigo, pero dentro de ella no había ni cinco para poder pagarle la carrera, así que lo mejor que pude hacer fue eso, así le pude cumplir a María la promesa de estar con ella aquel treinta y uno, y al taxista no obligarlo a realizarme una carrera que luego no le podría pagar. Desde el momento que me bajé del taxi hasta los Calamares no pude precisar cuántos kilómetros había, pero no los sentí, mi mente ya iba volando como siempre por nuevos horizontes, pensado nuevas historias que escribir y seguir viviendo.
 
Hoy veintiocho de diciembre cumple María Eugenia del Carmen, siempre recuerdo éste día.
 
A la segunda María la conocí en una papelería del centro de la ciudad. Ella trabajaba allí, y yo fui con dos amigos a comprar unos CD’s. Le pregunté su nombre y me respondió María Fernanda. Me marché con sus dos ojos arrancándome los míos. Pasé por una floristería y sin pensarlo entramos, le dije a quien me atendió que me pusiera 12 rosas rojas, las más hermosas, grandes y frescas. Y se las envié con uno de mis amigos. No había pasado ni media hora desde el momento en que la había conocido hasta que las rosas estuvieron en sus manos.
 
Mi amigo me dijo que la recibió encantada, y no lo podía creer, que se le notaba la alegría por todas partes, y entonces ella me envío su número de teléfono, pero por circunstancias que ya no recuerdo lo perdí. No la volví a ver, en ese tiempo andaba yo envuelto en nuevo romance que me hizo perder el norte. Un amor que me hizo desviar la atención de aquella mujer radiante de piel canela que a lo mejor hubiera cambiado la historia de mis pasos si sigo su rumbo. Dicen que las cosas siempre pasan por algo y quizás no debíamos amarnos.
 
A María Fernanda la conocí un diez de diciembre, pero sólo fue un conato de algo que no surgió jamás. Una bonita historia inconclusa de las tantas que guarda mi alma.
 
La tercera María llegó con una flor roja en su cabellera, y con esos hoyuelos en las mejillas que también tenían las otras dos. Llegó como llegan las brisas cuando hace calor y te refrescan el alma. Con la voz tenue que necesitas cuando te faltan las palabras. Eso fue lo que sentí cuando la conocí y no pensé jamás dejarla de amar. Fue un susurro en la madrugada.
 
Amar es una cuestión de fe, creer en ese ser a quien te estás entregando cada instante. Y a ella me entregué mientras creí en sus palabras. Cuando dejas de creer todo muere y surgen las dudas, y ya nada es igual. La balanza se inclina de un lado o del otro, y eso no es bueno en el amor.
 
A estas alturas sé que los amores buenos no debemos dejarlos perder tan fácilmente, no aparecen con cada mañana. En la vida te das cuenta de muchas cosas demasiado tarde, no se nace con experiencia, la mayoría se adquiere de errores.
 
Con la última María los colores del arco iris volvieron a brillar con gran intensidad. No pasaba los veinte años cuando sigilosamente se instaló en mi corazón. Pero los amores a veces se duermen, y cupido se aleja. Cuando sientes que no eres tan importante para esa persona como lo es ella para ti, entonces te cuestionas muchas cosas y en dónde ha estado tu error. Acostumbrarnos a amar sin intensidad no es bueno, sin sacrificio menos.
 
Solo se disfruta de aquello que se ha conseguido con esfuerzo y es entonces cuando no se quiere perder, lo que llega fácil, facilmente se va, y no nos suele importar. El amor no se debe medir con el sufrimiento, sino por la felicidad que nos produce, cuando hay más sufrimiento, sin darnos cuenta llega el fin. Antes de dejar de amarla, preferí marcharme, y no es sencillo alejarnos de quien tanto amamos.
 
La tercera María, llegó a mi vida un veintiocho de noviembre, al verla no tuve duda que la amaría, y en realidad pensé que sería el amor de mi vida.
 
Todas ellas llegaron en épocas distintas, y dejaron su magia. Esa magia que que aún descubro cuando miro al cielo y veo a las tres Marías alumbrar y titiritar a lo lejos, como diciendo "Aquí estamos".  Las tres Marías brillaron en mi vida cada una con luz propia, y sus ojos y miradas seguro aún guardan la intensidad que en su momento me enamoraron. 

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