jueves, 10 de mayo de 2012

Recuerdos Sueltos...


Hoy te he pensado una vez más, a veces creo que jamás he dejado de hacerlo. Y tu mirada de águila se clave en mis adentros a fuego lento, quemando mis entrañas. Una noche más opaca que de costumbre se repite en mis días, en mis sueños, en todo lo que no eres tú. Te siembras como siempre en mi mente y no me dejas respirar de forma libre. 

A veces me pregunto ¿si fuiste pasajera, cómo es que no te has ido aún? 

Allá en la alborada de mis años tiernos, recuerdo a Sandra, una niña que me ilusionó y desapareció un día cualquiera como las barajas de los magos. Al regresar a clases el año siguiente, ella ya había desaparecido como una estrella fugaz. Todas las tardes yo pasaba por su casa y me asomaba por la ventana con barrotes verdes, como si por ser el color de la esperanza, ella aparecería de repente como un hada y me regalara el beso que jamás me dio. 

Así fui perdiendo amores uno a uno, que no fueron quizás amores para ellas, pero si para mí. Una tarde ya pasados más de veinte años, se me dio por pasar por aquella esquina, y asomarme por la ventana que aun seguía siendo verde, y observé a una chica que quizás podía ser ella. Me quedó mirando como si me conociera y su mirada me hizo añicos el alma. La volví a pensar, y sus ojos de oliva me taladraban los sentidos. Su cabello colgaba sobre sus hombros, iluminado por los rayos de sol que entraban por aquellos barrotes, entre las horas del crepúsculo. Quería hablarle, decirle algo, lo que había callado siempre, pero me temblaron hasta las piernas. Fueron los segundos más largos y cortos de mi vida. Se congelaron nuestras miradas, mientras mi corazón hervía. 

Fueron solo unas vacaciones en que volví a mi tierra, y no volví a pasar por esa casa que se quedó con una parte  de los sentimientos de mi infancia. Ella y yo quedamos impávidos, como dos rocas incrustadas en una montaña por siglos. Los recuerdos son como las horas, siempre vuelven, lo que sucede es que a veces estamos tan sumergidos en otras cosas y se nos van de largo.

Las farolas de las calles angostas de mi corralito de piedra, muchas veces alumbran poco, pero con eso basta para ir disipando los recuerdos que nos van quedando sin respuestas. Les llamo recuerdos sueltos, que son como almas que de vez en cuando retornan cuando menos lo esperas para decirte que un día tuviste sueños distintos a los que ahora tienes…para confirmarte que no solo eres quien eres ahora, sino también quien fuiste, quien creíste dejar en el pasado muchas veces, y aún eres...

Aquella noche me senté frente a la playa, y miré el ir y venir de las olas que también se llevaban y traían parte de mis pensamientos. Noté que muchas cosas habían cambiado en mi tierra, más no en la calidez de su gente. Y observé a jóvenes enamorados agarrados de la mano caminando cerca de los espolones, mientras las olas chisporroteaban sobre sus ropas, y vino a mi memoria otro de esos recuerdos sueltos de mi vida. Su nombre si soy sincero, en realidad no lo recuerdo, solo la vi dos veces. El día que la conocí frente a la Universidad de Cartagena cuando salía de clases, y el día que dejé de verla, y les cuento por qué. El día que la conocí, ella iba con su blusa blanca de no sé qué colegio, y una falda de cuadros, que le llegaba sobre las rodillas. Dejaba denotar sus hermosas piernas. Sus ojos eran marrones claros, su cabello ensortijado color caoba, y su sonrisa venía adornada de perlas. Su amiga quedó flechada con mi amigo, con el cual salió muchas veces, ya que tuvo mejor suerte que yo. Ese día recorrimos las murallas, mientras nos conocíamos, y así hasta llegar al Muelle de los Pegasos. Almorzamos en uno de los kioscos que antes había en esa zona, pues me he percatado que ya no existen. Y quedamos en vernos el sábado.

El sábado yo estaba allí como un reloj Suizo, y ella también. Sus labios me provocaban, pero yo sabía que era cuestión de horas para probarlos. Ella también lo sabía. Me miraba con entusiasmo y reíamos de todo. Nos brillaban los ojos, y lo sé porque veía el brillo de los míos reflejado en sus ojos brillantes. Nos fuimos caminando por la orilla de la Avenida Santander, con la intención de llegar hasta Bocagrande. Las olas se reventaban contra los muros de contención que separaban la carretera del mar. Cuando nos aproximábamos al Hotel Decamerón, ya le había tomado las manos y acariciado el cabello que yacía un poco húmedo por las salpicaduras de las olas. Sentí que era el momento, y lo era, de eso sabía yo en aquel entonces, pero lo que no supuse jamás fue que una ola gigantesca nos arroparía sin dejarnos nada seco, nos sorprendió mientras mis labios casi rozaban los suyos. Nos separamos sorprendidos, hasta casi caernos del muro donde estábamos parados. La miré entonces para darle la mano y que se bajara de forma delicada, pero al verla bien, noté su maquillaje corrido por el agua sobre sus mejillas, su barbilla roja por el pintalabios, su cabello que antes lucía esplendoroso, ahora se encontraba escurridizo y sin tono. Sé que no le gustó mi mirada, eso lo vi en sus ojos. En su semblante, y me dio risa su gesto y no puede parar de reír mientras la miraba, quizás yo estaba igual de mal después de semejante ola, pero yo no me veía ya en sus ojos. Su blusa se ceñía en su cuerpo mostrando de forma esbelta su silueta y sus pechos jóvenes que nunca probé. Se enfadó conmigo, por mi risa descarada me dijo, lo único que pude ofrecerle para secarse fue un pañuelo húmedo que llevaba encima. Se marchó. Si, se marchó sin decirme más palabras, llevándose mi pañuelo, mientras yo seguía riéndome no sé ni por qué. Jamás la volví a ver, tampoco a buscarla. Hoy sé que no se pueden regalar pañuelos a las parejas o posibles relaciones, porque es sinónimo de separación, pero a nosotros no nos separó aquel pañuelo, sino la gran ola que nos enfrío por dentro.

Tampoco sé como se llamaba la chica que me presentó Laura. Laura estudiaba en el Departamental, y pasaba por mi casa cada día mientras iba a clases por las tardes. Nos mirábamos más de la cuenta, pero nada más. Ninguno de los dos nos atrevíamos a romper el hielo. Una tarde de un viernes, se acercó a la tienda donde estaba sentado y me dijo que si sabía contabilidad, que tenía un trabajo para el lunes y no entendía nada. Yo no sabía nada de contabilidad, y lo que había aprendido en bachillerato, ya lo había olvidado. Pero le dije que si, que lo que quisiera yo se lo explicaba. Me dijo que no era necesario, que solo quería que le hiciera el trabajo, y después de hecho se lo explicara a ella y a su amiga. A su amiga yo no la conocía, tampoco me interesaba, pero Laura estaba impresionante. Ambos estábamos esperando la oportunidad para salir juntos, y eso sería una vez pasado lo del trabajo de contabilidad. En esa época de mi vida solo me importaba eso, coleccionar amores, y eso hacía. Los añadía a mi lista, como casi todos los adolescentes. Un amigo me hizo el trabajo de Laura, y luego me  explicó como debía explicárselos yo, así que todo estaba listo para el viernes explicarle a las dos el balance general de cuentas de una empresa. Me lo había aprendido de memoria, porque de matemáticas nada, pero de memoria lo que quieran. Hasta me aprendía todos los casos de memoria para los exámenes, y después cambiaba los valores y así ganaba todo lo que tuviera que ver con números.

Llegó el viernes, y Laura estaba frente a mi casa. La acompañé donde su amiga. Pero no vean que amiga. Vivía en una casa humilde, y eso que la mía era también humilde, la de ella era más. Nos trataron con una gentileza insuperable. Mientras les explicaba lo de las cuentas, debe, haber…y que todo quedara en cero, su amiga no dejaba de mirarme de reojo y me ponía nervioso. Me enamoré de ella desde que la vi. Su color canela y su cabello rizado como cascadas me enloquecieron, caminaba y hablaba de forma exótica, y eso me cautivó más. Laura ya se había dado cuenta y puso su cara. Pero no me importó, ya ella era pasado para mí, solo pensaba en su amiga. Terminé de explicarles el trabajo y nos despedimos. En el camino Laura casi no me habló. Yo tampoco le dije nada, pero le pedí el favor que me diera el teléfono de la casa de su amiga, para llamarla por si no había entendido algo, y así se lo volvería a explicar. Me dijo que no se lo sabía de memoria, pero que en casa lo tenía, y me lo daría después. No aguanté más y le comenté que su amiga me había gustado mucho y que quería salir con ella. Se quedó callada un momento y después de unos segundos muy largos entre los dos, me respondió diciendo ¿cuándo quieres salir con ella y se lo digo? Le dije: mañana sábado, quiero que vayamos al cine, en horas de la tarde. Bueno, siguió diciendo, yo la llamo y te digo algo en la mañana.

El sábado en la mañana me llamó Laura, y confirmó la cita con su amiga. Yo no cabía de la emoción. A las dos y media estaba frente al cine La Matuna, me frotaba las manos de la ansiedad. Solo quería verla aparecer frente a mí con su cuerpazo, y ese cabello que me mataba. El tiempo pasaba y ya empecé a desesperarme, cuando escuché una voz a mis espaldas que me pareció conocida. Era Laura, y me dijo: es que a mi amiga le surgió un problema y no pudo venir, pero para no quedarte mal, he venido yo. Así que no hay problema, si quieres entramos los dos y vemos la película. No tuve el valor de decirle que no. Fue la película más larga que me he visto, pero de verdad, fue muy mala y larga doblemente. Ella me agarró la mano en cine, y arrecostó su tierno y lindo rostro sobre mi hombro, le acaricie el cabello, como quien no tiene otra cosa que hacer. Ella espero el beso que yo no le di, yo esperé a su amiga que no llegó. Ella quería de mi el amor que yo no tenía guardado para ella, yo pensé en su amiga toda la tarde. Salimos de cine y cada quien tomó su camino, me despedí de ella, sabiendo que jamás volveríamos a salir. Ella se fue herida, yo decepcionado por la jugada que me hizo. Sé que no le dijo nada a su amiga, me tendió una trampa, pero yo no me iba a quedar de brazos cruzados esperando que se me escapara aquella chica que me había robado tantos suspiros en tan corto tiempo…

El día lunes, me fui a la hora en que salían del Departamental todas las alumnas. Pero lo que yo no sabía es que aquel colegio era tan inmenso que tenía varias puertas, y por mucho que busqué a la amiga de Laura, no pude divisarla. Todas eran iguales con aquél uniforme, todas se parecían y  a la vez no eran ella. Fui toda una semana y jamás la encontré. Tuve la intención de ir a su casa, pero no hallé la excusa apropiada, es más, de seguro ya Laura le habría dicho cosas de mi que no eran, y más cosas…ella es otro de los recuerdos sueltos que de vez en cuando regresan a mi como las horas.

Marylin, era amiga de la Mona. La Mona también estudiaba en el Departamental, y un día mientras estaba sentado en la tienda donde nos sentábamos los amigos del barrio, se paseo muy alegre con sus tres amigas.  A ninguna las conocíamos. Iban con el mismo uniforme, o sea, que estudiaban juntas. La Mona se llamaba Edith, y era una chica muy popular, pero todos éramos populares en ese barrio donde todos nos conocíamos. Fuimos los primeros habitantes de la quinta etapa de los Calamares. Cuando pasó de vuelta Edith, la llamé, y le pregunté si nos podía presentar a sus amigas. Las presentó, y yo le dije a Marylin - a mí me interesas tú y quiero salir contigo - se sonrió como si ya lo supiera, y respondió, no sé si pueda salir, es que no me dejan. Ya te diré algo con Edith mañana. Así que quedé esperando la respuesta de mi amiga al otro día, pero no me dijo nada, y el viernes, cuando menos la esperaba se pasó por mi casa y me dijo: "mi amiga te espera mañana en la Wampy a las seis de la tarde". La Wampy era una discoteca que quedaba cerca de otra que me gustaba mucho, que se llamaba Tentaciones, donde siempre había chicas casi desnudas, atendiendo a los clientes.

En la Wampy probé los labios te Mariylin. Eran unos labios dulces y suaves. Sin experiencia, pero no la necesitaba, porque me gustaba. Ese día solo tenía dinero para dos cervezas, y dos helados, pero con eso nos bastó, y quedamos en vernos la semana siguiente en casa de mi papá, donde tuve que ir a vivir durante un tiempo, por tener una pelea por culpa de faldas, de lo cual me enteré mucho tiempo después. De cosas que jamás hice, ni dije y dijeron que hice y dije. Hay mujeres que hablan más de la cuenta y dicen cosas que no son, porque se las inventan, y lo involucran en problemas a uno de los cuales es difícil salir indemne. Perdí dos amigos por aquel incidente. Al cabo de varios años nos volvimos a hablar como si nada.

Esperé a Marylin en la puerta de aquella finca, debíamos subir para llegar a la casa, la casa estaba en la cima, debíamos pasar muchos árboles, gradas, dos albercas y otra casa inmensa de tres pisos de mi tío, pero que estaba casi en ruinas. Era un camino espectacular, y dicen que esa finca en su tiempo fue de las mejores del barrio trece de junio. Entramos a la habitación. Ella con su blusa de satín azul con flores, y una minifalda también azul, me tenía en sus manos. Me gustaba y punto, no puedo decir más. Era sencilla, sin coloretes en las mejillas ni en los labios, pero no era simple, su belleza era natural y me impresionaba el fuego de sus ojos negros. Nos besamos apasionadamente, puse llave a la puerta, aún sabiendo que no había nadie en aquella casa grande que apenas empezaba a construirse. Tenía cuatro habitaciones, y todas las puertas tenían su llave pegada a la cerradura. Una vez cerrabas, la quitabas y nadie podía entrar. Marylin me hizo un streptes, y luego se vino hacia mí. Su hilo dental de color rosa solo fue un espejismo, porque se subió la falda en un segundo, mientras devoraba mis labios. Pocas chicas así había en aquella época, pero ella era una, y me gustaba su forma de ser. Atrevida, espontánea, única. Cuando nos consumíamos los dos en la cama, y ya la había despojado de su blusa, y su brasier estaba en mis manos, y mis labios en sus pechos, pegó un salto, que casi hace que me caiga de la cama. Cogió su blusa y se vistió muy asustada, gritando y asegurando que en los calados que había en la pared donde estaba arrecostada la cama, había visto moverse unos cabellos que sobresalían, pero al asomarme no vi a nadie. Del otro lado había otra habitación, y yo no sabía quien podía estar observándonos. Nos vestimos, y salimos de allí. Nos reíamos de lo sucedido, pero ya nunca más volvimos a salir juntos. Ese diciembre antes del día veinticuatro creí verla caminando por el barrio los Caracoles de la mano de un chico, pero tuve mis dudas, aunque un amigo me dijo que era ella, y a pesar que me gustaba mucho, yo andaba envuelto en esos días en tantos amores sueltos, que quizás no tuve tiempo para ella. 

Hoy te he pensado una vez más…y las lagrimas han brotado de mis ojos, y me preguntan por ti…me preguntan por qué jamás volviste cuando pudiste hacerlo…por qué dejaste que el tiempo se hiciera eterno entre nosotros. Este frío que ahora siento no me hace daño, porque me acostumbre al frío de tu ausencia que es más duro. Hay una barrera entre los dos que se hace más grande con los años, y mientras las cicatrices crean eternos surcos en nuestra piel, tu imagen sigue llegando a mí constantemente entre uno y otro recuerdo suelto. 

A veces me pregunto ¿si fuiste pasajera, cómo es que no te has ido aún? 

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