sábado, 31 de marzo de 2012

Las Estrellas Perdidas de Henry...

Era una mañana de esas en que la imagen de ella se clavó en mis ojos para siempre, yo trataba de disimular, reteniendo con mucho esfuerzo las lágrimas que querían salir corriendo por las praderas de mis mejillas.

Observaba las casas que estaban detrás de ella a lo lejos, y perdían sus colores poco a poco como sus ojos el brillo que antes le resaltaba. ¿No se pueden querer dos personas de la misma forma? me preguntaba. Y que era eso que yo estaba sintiendo en mi pecho que retumbaba como un tambor. ¿Lo sentiría ella de la misma forma?

Helen se levantó dejando su taza llena. Cogió su bolso con su mano izquierda y lanzando una sórdida mirada se marchó sin despedirse. No era la primera vez que perdía un amor sin saber por qué. La quise de tantas formas que ya había olvidado cuantas veces la amé. Sin embargo ella parecía ahora no haber sentido lo que siempre juró sentir.

El tiempo pasa, y los amores también, le decía su padre. Un padre lleno de amores como el colibrí del néctar de las flores. Un padre sin estudios, pero con la carrera de la vida bien aprendida en cosas de amores. – no importa, le repetía constantemente, ya vendrá otra mejor, y con más tetas, no vez que cada día las tienen más grandes, ¿que será lo que comen?- con su tono vulgar. Y continuaba diciendo con más de dos cervezas encima - eso seguro te pasa por no hacerle lo que ella quería-.

Un escondite oscuro no siempre es un refugio clandestino, donde olvidarse de las penas, si son más que las cosas buenas que has vivido. Yacía arrinconado en nuestro escondite, pero ella no llegaba, ni llegaría, ya era tarde para muchas cosas. Allí acurrucado como lagartija no dejé de pensar en la última vez que estuvimos juntos. Fue tan dura, que su semblante se mimetizó, y con pasos agigantados se perdió como una sombra larga en mi mar de dudas.

Treinta y seis meses antes la había visto por primera en otra ciudad y bajo circunstancias distintas. Su olor impregnado en mi olfato me acompañó desde aquella noche en que las estrellas parecían rociar con su brillo sus cabellos que parecían resortes. Precisamente Estrella era su nombre, y nos fundimos más de una vez en el fuego de mil pasiones.

Al tocar sus muslos cálidos, a ella se le encendieron los cachetes y aceleró el corazón. La empujé sobre una tabla tirada en el suelo mientras le bajaba las bragas como podía, y metía mis dedos entre su raja húmeda, separándole las piernas sin la menor resistencia. Aquél día saboree su amor más ardiente y apasionado. Nos entregamos como locos, como lo quisimos desde el primer día que nos vimos. Pero de eso ya hacía años.

Una lánguida silueta se veía a lo lejos, caminando descalza sobre el adoquín de aquellas calles angostas y frías. Quedé mudo con un nudo en la garganta, y no dije nada, mientras observé como se acercaba. Estrella me miró y siguió como si no me hubiera visto. Nos dijimos tantas cosas en segundos, fueron los instantes más largos de mi vida, pero no pronunciamos palabra alguna. Pasamos el uno cerca del otro sin inmutarnos, mientras sabíamos lo que perdíamos. Éramos como dos trenes que se alejaban en distintas direcciones.

Bailando como aquella noche, me hubiera pasado toda la vida a su lado. Pero no había tiempo para tanto, esto no era una historia de cuentos de hadas. Se iba y punto. El reloj iba corriendo hacía atrás, y mi corazón sentía esa cuenta regresiva. Bailó conmigo, no sé como hice para deshacerme de Sandra, y Yelena, pero lo hice, solo para estar con ella. Llevaba una minifalda morada y un escote en su blusa que hacía ver más de la cuenta sus pechos pronunciados. Aún llevó marcada la cicatriz de sus uñas clavadas en mi pecho una vez que me encontró hablando de forma indiscreta con Yelena, y que para contentarla quise robarle un beso. De un zarpaso me arrancó el primero botón de mi camisa y una línea broto de mi pecho herido de dos maneras. Me dolió más la cicatriz que jamás he podido curar con su adiós, que la que quedó en mi pecho.

Recuerdo a tres mujeres distintas, y con sabores distintos en la misma época. Estrella, Helen y Stephanía. Todas fueron incomparables para mí. Con sus sabores y olores distintos, cada una me dejó marcada una huella de sentimientos puros e imborrables. Y también se llevó una parte de mí.

Estrella con su piel como el color de la canela, y unos jardines colgando de su cabellera. Era preciosa, de hombros y caderas anchas. Callada y sumisa, pero cuando reventaba era un volcán enardecido. No como Helen, a la cual jamás se le podía creer nada. Era creída y dueña de su entorno en todas partes se creía la reina de la fiesta. Algunos amigos aún me dicen que fue mi gran equivocación, que jamás me quiso, pero yo sé que si. En cambio Stephanía con su dulzura era el complemento que yo necesitaba, con sus piernas largas de atleta y madurez me enloquecía. Era inteligente y audaz, guiada por una iniciativa que le impedía rendirse ante cualquier obstáculo, y más si iba en contra de lo que ella estaba deseando. Fue una lástima que lo nuestro durara tan poco como los colores del arco iris. I

Todos sabemos que el pasado es inmutable, más no el amor. Dudamos muchas veces de tantas cosas, sin embargo allí seguimos sin hacer nada. “Vivir con la incertidumbre siempre es posible mientras no haya que tomar decisiones”, decía el profesor Esteve, y era así. En la encrucijada las cosas se ven más grises, y la respiración se acelera. La cuenta regresiva nos pone contra la pared. No hay vuelta de hoja.

Estrella era del lugar de donde quise ser yo. Del lugar de las estrellas, porque así brillaban sus ojos. “Permanecemos unidos a nuestra tierra hasta que morimos”, cosa que ley una vez, que es un sentimiento inagotable que nos llama constantemente y del cual jamás nos desprendemos. Yo quería permanecer pegado por siempre a ella, a sus labios carnosos de sabor a canela. Pero seguro no estábamos predestinados para amarnos.

Sus piernas se amarraban a las mías como enredaderas. Y al respirar su aliento nos convertíamos en uno solo. Su vientre fue el valle donde quise plantar mis ilusiones.

Los rayos de luz entraban por los calados de aquella pieza. Las sabanas sudadas de una noche de pasión, yacían mitad en el suelo y mitad en la cama. Estrella dejaba ver su figura esbelta medio cubierta por una almohada, mientras su trasero afrodisíaco se asomaba a los ojos de aquella noche. Yo la miraba en silencio mientras recordaba su cuerpo cargado de juventud. No olvidaba ninguno de sus gemidos que aún quemaban la alcoba. Sus cabellos de sortijas embellecían su espalda como racimos de uvas. Fue mía una sola vez, pero con esa bastó para no olvidarla.

Como todo el mundo que ama, yo sufría a solas mis penumbras. Nadie te puede consolar más que tu mismo me dijo Fran. Llegarás hasta donde quieras con este dolor. O te resignas o te marchitas, solo existen dos opciones. Tú decides cual camino seguir, el que aumente tus decepciones o el que te brinde la oportunidad de volver a ser feliz.

Estrella abría sus piernas dejando el camino libre mientras se retorcía por la calentura de mi lengua que se meneaba dentro de ella aumentando su excitación. Tenía los senos más perfectos que había visto, y la embestía salvajemente, mientras la tomaba por la cintura haciendo uso de mi pasión juvenil, y aquellas ganas acumuladas que me sobraban entonces.

El destino hizo que se cruzaran nuestras vidas en aquel tiempo, pero ella nunca volvió a mí.

Italia era distinta a muchas de las ciudades que había visitado en mi tiempo de mochilero, pero también cargaba su magia. Allá conocí a Soledad Salas, de tono cálido y sensual. Con un orgullo que pocos podrán saborear. No era mujer fácil. Me dolió mentirle, y jamás me lo perdonó aunque siguió conmigo no sé por qué. Algo por mi debía sentir más fuerte de lo que decía, que soportó tantas cosas, y hasta insinuó que nos casáramos a escondidas. Es más, que simuláramos nuestro matrimonio, cosa que jamás consentí.

Ella trabajaba en un restaurante por las mañanas y en las tardes daba clases de ingles a domicilio, a niños de familias ricas. Una noche cualquiera se volvió como loca, me reprochó todo lo que le vino en gana, al parecer se le subieron unas cuantas copas a la cabeza y jamás volví a saber de ella. Casi se tira por la ventanilla del taxi donde la llevaba a su casa. Esa noche al bajar del hotel en que nos encontrábamos, dentro del ascensor se subió la blusa y me dijo que le besara los senos, se desabrochó el sujetador y mientras íbamos parando el ascensor entre planta y planta, nos sorprendió el vigilante de seguridad casi cuando nos disponíamos a hacer otra de nuestras locuras. Nos echó como perros y ella salió enfurecida conmigo, como si yo fuera el culpable de todo. Juro que ese día ella fue irreconocible, era otra, y desde ese día comenzó lo nuestro a ir en declive.

Aquí estamos, en Francia, donde prometí que te regalaría nuestro anillo de compromiso, ¿a que es precioso ver todos esos puentes desde esta altura? Le pregunté a María del Mar. Aquí lo tienes. Me puse de rodillas y quedó perpleja, le puse el anillo que le había prometido un 28 de noviembre. Ella no lo podía creer. En ese momento me desperté, era otro sueño recurrente con ella. Una y otra vez me ocurría. Quizás me había obsesionado con María del Mar. Ella tan joven, yo la doblaba en edad, pero me decía que no le importaba. Era hija de un profesor que tuve en la universidad. Con sus hoyuelos en las mejillas me hipnotizó. Su cuerpo de princesa se retorcía en mis brazos una y otra vez diciéndome que me amaba y que yo nunca la amaría como ella a mí. Creo que se equivocó. El sudor de sus senos de almendra, recorría mi pecho mientras hacíamos el amor, me gustaba esa sensación, ver las góticas cálidas de sudor de nuestras tardes a escondidas era lo que me gustaba más de nuestra relación antagónica. Creo que me hubiera quedado sembrado a su cintura para siempre si no fuera porque tantas cosas nos lo prohibían.

A veces me preguntó donde andará con sus frases de oradora, y sus historias de películas. No puedo negar que me enamoré de ella locamente en los primeros días, aún sabiendo que lo nuestro era una locura y que así como había empezado terminaría. No dijo más mentiras porque no la dejé, me alejé, o mejor, nos alejamos entre la espesura de lo que se nos estaba viniendo encima. Andábamos sin horarios y descontrolados. La buscaba a todas horas y me cansé de seguir su juego, aunque hubo un tiempo en que seguí su juego, quizás porque también me gustaba jugar.

Desaparecimos el uno del otro, no sé si por orgullo, por desidia o por no dar el brazo a torcer primero en busca del otro. A lo mejor los dos salimos ganando, o perdiendo, hoy no lo sé, sólo el tiempo lo dirá.

Yo no había visto los castillos, dijo ella. Pues ya los viste, y hasta los has tocado le respondí. Has entrado en algunos y respirado su historia. Yo cuando era pequeño creía que no existían le dije, pero ahora sé que existen. No son como las pirámides, y no sé si tienen más historias, pero me gusta tocarlos y saber quienes vivieron en ellos. No esperé más de ella aquella noche entre esos muros gigantescos, y esas camas que aún olían a madera, que lo que ella misma quiso darme. No fue sumisa, ni concebí que lo fuera. A veces pienso que todos llegamos hasta donde queremos llegar, no hay líneas que impidan que volemos tan alto. Lo duro es cuando nos sorprende la caída.

Al día siguiente nos volvimos a ver. Estaba fresca, con sus ojos grandes alumbrándome la vida como farolas. No es fácil olvidar a una mujer así. Yo le arrebaté parte de su inocencia con mi fuego y mi sudor. Ella me entregó algunos de sus mejores días. Después de aquella tarde nos perdimos para siempre.

Al cabo de cuatro meses recibí una carta de Maryam, diciéndome que Helen había fallecido. El corazón se para con noticias así, y viví en segundos miles de instantes ya idos, pero no respiré, ni me moví, quedé como una estatua. Después de aquel día contaron mis amigos que mi rostro se tornó con un blanco espeso y se me opacó la mirada. Esos ojos brillantes y alegres que siempre tuve, dejaron de vivir se decían todos, y una inmensa soledad me invadió por más de dos años. A ella le había negado el beso que me pidió de despedida por andar empecinado con mi nuevo amor de fin de año. Con el tiempo las cosas se ven mejor, y quisiera que no se hubiera llevado aquel mal recuerdo que nos alejó. En el parque recuerdo que después de sus partidos de voleibol me acostaba sobre sus piernas en una banca, mientras acariciaba mi cabello con sus dedos de forma sutil. No se ama en un día ni se deja de amar en otro. Aquellas noches fueron especiales, aún me pregunto que nos pasó. Fuimos felices a nuestra manera en aquellos días, donde nos faltaban temas para seguir hablando sin parar, a la luz de la luna y las estrellas. A veces me la imagino en el cielo explicándome ¿Qué nos pasó? La vida muchas veces no nos da segundas oportunidades, y a ella se la llevaron los ángeles cuando a penas florecía su juventud.

Aquella tarde me quedé esperando su llamada, nada desespera más que la espera, y el saber que no te llamarán. Siempre supe que la perdería así. No tengo la culpa de amar de esta forma como lo hago, y menos como lo hice con ella. América es parte del mundo, y Europa es otra parte del mismo mundo, pero no son iguales, así como nosotros, agua y aceite. Teníamos formas muy distintas de ver las cosas, y aunque ella decía que yo era su vida, algo me decía que no era así. A veces creemos lo que queremos creer a medias, y la otra mitad de la mentira la escondemos, o desvirtuamos la realidad para seguir soñando. Hay quienes prefieren vivir soñando, así es mejor para alejarse de la realidad, esa realidad que muchas veces me amargó la vida.

Había ocurrido, y yo estaba allí para presenciar lo que no quería. Para que nadie me lo contara. Es mejor así, que duela de una vez todo lo que tiene que doler, para qué querer cambiar las cosas, que no van a cambiar. Es mejor dejarse llevar que luchar contra lo que no puede ser. La verdad suele doler solo una vez, la mentira duele siempre, y no se escapa de los recuerdos, retorna como el sol en las mañanas.

Me quedó mirando a mí alrededor, y todo giraba en torno a ella. Aún así decidí continuar.

No era bonita Helen, pero si guardaba en su mirada ese algo extraño que hipnotiza a cualquiera que la ve de la forma como yo la contemplé, y su bien definido trasero era la locura de quien osaba mirarla. Helen fue infiel como no lo ha sido ninguna de las chicas que tuve. Rompió el corazón a más de uno con sus ojos rasgados, y sus besos de acero taladraban corazones a doquier, pero nadie la vio llorar por amor. Dicen que alguna vez se enamoró, pero su corazón se estancó en ese tiempo sin regreso, y juró jamás volver a hacerlo. Sus besos de hielo no fueron de hielo para mi, y su fuego me quemó por dentro en las entrañas. Se instaló dentro de mí, pero al marcharse se llevó mis más profundas ganas de amar.

Mi lengua en su cuello era como un collar ardiendo, y la hacía sentir corrientes en otras partes me decía, a la vez que aquella fuerte presión en el pecho que la hacía de nuevo sentirse viva, como cuando fue joven en mis brazos y se me entregó por primera vez. Ya no somos los de antes, ambos lo sabemos, ni podemos cambiar la historia de nuestras vidas, la tierra no gira al revés y el reloj marca ya muchas horas.

No te das cuenta del silencio hasta que lo sufres en carne propia. Eran las palabras que yo había escuchado en innumerables ocasiones de mi padre, y ahora entendía lo que antes de alguna forma me resultaba incomprensible en ese tiempo.

Este lugar no me gusta hoy, pero es el lugar donde la conocí, y departí con ella momentos increíbles. Aún siento su olor en cada rincón. Le dejé una rosa roja en su casa, como la que le di el día que la conquisté. Y vi volar una mariposa a mi alrededor que me dejó su aroma. Prometió tantas cosas que no cumplió, por eso no me gustan las promesas. Quien mucho promete, poco cumple, me lo dicen los años vividos, aún así sé que no todos somos iguales y a lo mejor alguna vez quiera cumplir sus promesas.

Hoy sé que es más dura la sensación de estar a la deriva, que estar solo, porque además de estar solo, estás deambulando entre la nada y no te encuentras. Hoy me encontré todos estos bellos recuerdos en mi memoria y decidí escribirlos, por si con los años la memoria me falla, al leerlos sepa que fue lo que en realidad sucedió.

No hay comentarios:

Que tal te ha parecido este escrito

Buscar este blog