(Confesiones I)
De mi libro "Caminando con mi sombra,
entre sombras he vivido"
Observaba las casas que estaban detrás de
ella a lo lejos, y perdían sus colores poco a poco como sus ojos el brillo que
antes le resaltaba. ¿No se pueden querer dos personas de la misma forma? me
preguntaba. Y que era eso que yo estaba sintiendo en mi pecho que retumbaba
como un tambor. ¿Lo sentiría ella de la misma forma?
Helen se levantó dejando su taza casi llena.
Cogió su bolso con su mano izquierda y lanzando una sórdida mirada se marchó
sin despedirse. No era la primera vez que perdía un amor sin saber por qué. La
quise de tantas formas que ya había olvidado cuantas veces la amé. Sin embargo
ella parecía ahora no haber sentido lo que siempre juró sentir.
El tiempo pasa, y los amores también, me
decía mi padre. Un padre lleno de amores como el colibrí del néctar de las
flores. Un padre sin estudios, pero con la carrera de la vida bien aprendida en
cosas de amores. – no importa, me repetía constantemente, ya vendrá otra mejor,
y con más tetas, no vez que cada día las tienen más grandes, ¿qué será lo que
comen?- con su tono vulgar. Y continuaba diciendo con más de dos cervezas
encima - eso seguro te pasa por no hacerle ni tocado lo que ella quería-. Cosas
que yo odiaba cuando hablaba así.
Un escondite oscuro no siempre es un
refugio clandestino, donde olvidarse de las penas, si son más que las cosas
buenas que has vivido. Yacía arrinconado en nuestro escondite, pero ella no
llegaba, ni llegaría, ya era tarde para muchas cosas. Allí acurrucado como
lagartija no dejé de pensar en la última vez que estuvimos juntos. Fue tan
dura, que su semblante se mimetizó, y con pasos agigantados se perdió como una
sombra larga en mi mar de dudas.
Treinta y seis meses antes la había visto
por primera vez en otra ciudad y bajo circunstancias distintas. Su olor
impregnado en mi olfato me acompañó desde aquella noche en que las estrellas
parecían rociar con su brillo sus cabellos que parecían resortes. Precisamente
Estrella era su nombre, y nos fundimos más de una vez en el fuego de mil
pasiones.
Al tocar sus muslos cálidos, a ella se le
encendieron los cachetes y aceleró el corazón. La empujé sobre una tabla tirada
en el suelo mientras le bajaba todo como podía, y metía mis dedos entre sus
humedades, mientras separaba sus piernas sin la menor resistencia. Aquél día
saboree su amor más ardiente y apasionado. Nos entregamos como locos, como lo
quisimos desde el primer día que nos vimos. Pero de eso ya hacía años.
Una lánguida silueta se veía a lo lejos,
caminando descalza sobre el adoquín de aquellas calles angostas y frías. Quedé
mudo con un nudo en la garganta, y no dije nada, mientras observé como se
acercaba. Estrella me miró y siguió como si no me hubiera visto. Nos dijimos
tantas cosas en segundos, fueron los instantes más largos de mi vida, pero no
pronunciamos palabra alguna. Pasamos el uno cerca del otro sin inmutarnos,
mientras sabíamos lo que perdíamos. Éramos como dos trenes que se alejaban en
distintas direcciones.
Bailando como aquella noche, me hubiera
pasado toda la vida a su lado. Pero no había tiempo para tanto, esto no era una
historia de cuentos de hadas. Se iba y punto. El reloj iba corriendo hacía
atrás, y mi corazón sentía esa cuenta regresiva. Bailó conmigo, no sé como hice
para deshacerme de Sandra, y Yelena, pero lo hice, solo para estar con ella.
Llevaba una minifalda morada y un escote en su blusa que hacía ver más de la
cuenta sus pechos pronunciados. Aún llevó marcada la cicatriz de sus uñas
clavadas en mi pecho una vez que me encontró hablando de forma indiscreta con
Yelena, y que para contentarla quise robarle un beso. De un zarpaso me arrancó
el primero botón de mi camisa y una línea broto de mi pecho herido de dos
maneras. Me dolió más la cicatriz que jamás he podido curar con su adiós, que
la que quedó en mi pecho.
Recuerdo a tres mujeres distintas, y con
sabores distintos en la misma época. Estrella, Helen y Stephanía.
Todas fueron incomparables para mí. Con sus
sabores y olores distintos, cada una me dejó marcada una huella de sentimientos
puros e imborrables. Y también se llevó una parte de mí.
Estrella con su piel como el color de la
canela, y unos jardines colgando de su cabellera. Era preciosa, de hombros y
caderas anchas. Callada y sumisa, pero cuando reventaba era un volcán
enardecido. No como Helen, a la cual jamás se le podía creer nada. Era creída y
dueña de su entorno en todas partes se creía la reina de la fiesta. Algunos
amigos aún me dicen que fue mi gran equivocación, que jamás me quiso, pero yo
sé que si. En cambio Stephanía con su dulzura era el complemento que yo
necesitaba, con sus piernas largas de atleta y madurez me enloquecía. Era
inteligente y audaz, guiada por una iniciativa que le impedía rendirse ante
cualquier obstáculo, y más si iba en contra de lo que ella estaba deseando. Fue
una lástima que lo nuestro durara tan poco como los colores del arco iris.
Todos sabemos que el pasado es inmutable,
más no el amor. Dudamos muchas veces de tantas cosas, sin embargo allí seguimos
sin hacer nada. “Vivir con la incertidumbre siempre es posible mientras no haya
que tomar decisiones”, decía el profesor Esteve, y era así. En la encrucijada
las cosas se ven más grises, y la respiración se acelera. La cuenta regresiva
nos pone contra la pared. No hay vuelta de hoja.
Estrella era del lugar de donde quise ser
yo. Del lugar de las estrellas, porque así brillaban sus ojos. “Permanecemos
unidos a nuestra tierra hasta que morimos”, cosa que ley una vez, que es un
sentimiento inagotable que nos llama constantemente y del cual jamás nos
desprendemos. Yo quería permanecer pegado por siempre a ella, a sus labios
carnosos de sabor a canela. Pero seguro no estábamos predestinados para
amarnos.
Sus piernas se amarraban a las mías como
enredaderas. Y al respirar su aliento nos convertíamos en uno solo. Su vientre
fue el valle donde quise plantar mis ilusiones.
Los rayos de luz entraban por los calados
de aquella pieza. Las sabanas sudadas de una noche de pasión, yacían mitad en
el suelo y mitad en la cama. Estrella dejaba ver su figura esbelta medio
cubierta por una almohada, mientras su trasero afrodisíaco se asomaba a los
ojos de aquella noche. Yo la miraba en silencio mientras recordaba su cuerpo
cargado de juventud. No olvidaba ninguno de sus gemidos que aún quemaban la
alcoba. Sus cabellos de sortijas embellecían su espalda como racimos de uvas.
Fue mía una sola vez, pero con esa bastó para no olvidarla.
Como todo el mundo que ama, yo sufría a
solas mis penumbras. Nadie te puede consolar más que tu mismo me dijo Fran.
Llegarás hasta donde quieras con este dolor. O te resignas o te marchitas, solo
existen dos opciones. Tú decides cual camino seguir, el que aumente tus
decepciones o el que te brinde la oportunidad de volver a ser feliz.
Estrella abría sus piernas dejando el
camino libre mientras se retorcía por el movimiento de mi lengua que se meneaba
dentro de ella aumentando su excitación. Tenía los senos más perfectos que
había visto, y la embestía salvajemente, mientras la tomaba por la cintura
haciendo uso de mi pasión juvenil, y aquellas ganas acumuladas que me sobraban
entonces.
El destino hizo que se cruzaran nuestras
vidas en aquel tiempo, pero ella nunca volvió a mí.
Italia era distinta a muchas de las ciudades
que había visitado en mi tiempo de mochilero, pero también cargaba su magia.
Allá conocí a Soledad Salas, de tono cálido y sensual. Con un orgullo que pocos
podrán saborear. No era mujer fácil. Me dolió mentirle, y jamás me lo perdonó
aunque siguió conmigo no sé por qué. Algo por mi debía sentir más fuerte de lo
que decía, que soportó tantas cosas, y hasta insinuó que nos casáramos a
escondidas. Es más, que simuláramos nuestro matrimonio, cosa que jamás
consentí.
Ella trabajaba en un restaurante por las mañanas
y en las tardes daba clases de ingles a domicilio, a niños de familias ricas.
Una noche cualquiera se volvió como loca, me reprochó todo lo que le vino en
gana, al parecer se le subieron unas cuantas copas a la cabeza y jamás volví a
saber de ella. Casi se tira por la ventanilla del taxi donde la llevaba a su
casa. Esa noche al bajar del hotel en que nos encontrábamos, dentro del
ascensor se subió la blusa y me dijo que le besara los senos, se desabrochó el
sujetador y mientras íbamos parando el ascensor entre planta y planta, nos
sorprendió el vigilante de seguridad casi cuando nos disponíamos a hacer otra
de nuestras locuras. Nos echó como perros y ella salió enfurecida conmigo, como
si yo fuera el culpable de todo. Juro que ese día ella fue irreconocible, era
otra, y desde ese día comenzó lo nuestro a ir en declive.
Aquí estamos, en Francia, donde prometí que
te regalaría nuestro anillo de compromiso, ¿a que es precioso ver todos esos
puentes desde esta altura? Le pregunté a María del Mar. Aquí lo tienes. Me puse
de rodillas y quedó perpleja, le puse el anillo que le había prometido un 28 de
noviembre. Ella no lo podía creer. En ese momento me desperté, era otro sueño
recurrente con ella. Una y otra vez me ocurría. Quizás me había obsesionado con
María del Mar. Ella tan joven, yo la doblaba en edad, pero me decía que no le
importaba. Era hija de un profesor que tuve en la universidad. Con sus hoyuelos
en las mejillas me hipnotizó. Su cuerpo de princesa se retorcía en mis brazos
una y otra vez diciéndome que me amaba y que yo nunca la amaría como ella a mí.
Creo que se equivocó. El sudor de sus senos de almendra, recorría mi pecho
mientras
hacíamos el amor, me gustaba esa sensación,
ver las góticas cálidas de sudor de nuestras tardes a escondidas era lo que me
gustaba más de nuestra relación antagónica. Creo que me hubiera quedado
sembrado a su cintura para siempre si no fuera porque tantas cosas nos lo
prohibían.
A veces me preguntó donde andará con sus
frases de oradora, y sus historias de películas. No puedo negar que me enamoré
de ella locamente en los primeros días, aún sabiendo que lo nuestro era una
locura y que así como había empezado terminaría. No dijo más mentiras porque no
la dejé, me alejé, o mejor, nos alejamos entre la espesura de lo que se nos
estaba viniendo encima. Andábamos sin horarios y descontrolados. La buscaba a
todas horas y me cansé de seguir su juego, aunque hubo un tiempo en que seguí su
juego, quizás porque también me gustaba jugar.
Desaparecimos el uno del otro, no sé si por
orgullo, por desidia o por no dar el brazo a torcer primero en busca del otro.
A lo mejor los dos salimos ganando, o perdiendo, hoy no lo sé, sólo el tiempo
lo dirá.
Yo no había visto los castillos, dijo ella.
Pues ya los viste, y hasta los has tocado le respondí. Has entrado en algunos y
respirado su historia. Yo cuando era pequeño creía que no existían le dije,
pero ahora sé que existen. No son como las pirámides, y no sé si tienen más
historias, pero me gusta tocarlos y saber quienes vivieron en ellos. No esperé
más de ella aquella noche entre esos muros gigantescos, y esas camas que aún
olían a madera, que lo que ella misma quiso darme. No fue sumisa, ni concebí que
lo fuera. A veces pienso que todos llegamos hasta donde queremos llegar, no hay
líneas que impidan que volemos tan alto. Lo duro es cuando nos sorprende la
caída.
Al día siguiente nos volvimos a ver. Estaba
fresca, con sus ojos grandes alumbrándome la vida como farolas. No es fácil
olvidar a una mujer así. Yo le arrebaté parte de su inocencia con mi fuego y mi
sudor. Ella me entregó algunos de sus mejores días. Después de aquella tarde
nos perdimos para siempre.
Al cabo de cuatro meses recibí una carta de
Maryam, diciéndome que Helen había fallecido. El corazón se para con noticias
así, y viví en segundos miles de instantes ya idos, pero no respiré, ni me
moví, quedé como una estatua. Después de aquel día contaron mis amigos que mi
rostro se tornó con un blanco espeso y se me opacó la mirada. Esos ojos
brillantes y alegres que siempre tuve, dejaron de vivir se decían todos, y una
inmensa soledad me invadió por más de dos años. A ella le había negado el beso
que me pidió de despedida por andar empecinado con mi nuevo amor de fin de año.
Con el tiempo las cosas se ven mejor, y quisiera que no se hubiera llevado
aquel mal recuerdo que nos alejó. En el parque recuerdo que después de sus
partidos de voleibol me acostaba sobre sus piernas en una banca, mientras acariciaba
mi cabello con sus dedos de forma sutil. No se ama en un día ni se deja de amar
en otro. Aquellas noches fueron especiales, aún me pregunto que nos pasó.
Fuimos felices a nuestra manera en aquellos días, donde nos faltaban temas para
seguir hablando sin parar, a la luz de la luna y las estrellas. A veces me la
imagino en el cielo explicándome ¿Qué nos pasó? La vida muchas veces no nos da
segundas oportunidades, y a ella se la llevaron los ángeles cuando a penas
florecía su juventud.
Aquella tarde me quedé esperando su
llamada, nada desespera más que la espera, y el saber que no te llamarán.
Siempre supe que la perdería así. No tengo la culpa de amar de esta forma como
lo hago, y menos como lo hice con ella. América es parte del mundo, y Europa es
otra parte del mismo mundo, pero no son iguales, así como nosotros, agua y
aceite. Teníamos formas muy distintas de ver las cosas, y aunque ella decía que
yo era su vida, algo me decía que no era así. A veces creemos lo que queremos
creer a medias, y la otra mitad de la mentira la escondemos, o desvirtuamos la
realidad para seguir soñando. Hay quienes prefieren vivir soñando, así es mejor
para alejarse de la realidad, esa realidad que muchas veces me amargó la vida.
Había ocurrido, y yo estaba allí para presenciar
lo que no quería. Para que nadie me lo contara. Es mejor así, que duela de una
vez todo lo que tiene que doler, para qué querer cambiar las cosas, que no van
a cambiar. Es mejor dejarse llevar que luchar contra lo que no puede ser. La
verdad suele doler solo una vez, la mentira duele siempre, y no se escapa de
los recuerdos, retorna como el sol en las mañanas.
Me quedó mirando a mí alrededor, y todo
giraba en torno a ella. Aún así decidí continuar.
No era hermosa Helen, pero si guardaba en
su mirada ese algo extraño que hipnotiza a cualquiera que la ve de la forma
como yo la contemplé, y su bien definido trasero era la locura de quien osaba
mirarla. Helen fue infiel como no lo ha sido ninguna de las chicas que tuve.
Rompió el corazón a más de uno con sus ojos rasgados, y sus besos de acero
taladraban corazones a doquier, pero nadie la vio llorar por amor. Dicen que
alguna vez se enamoró, pero su corazón se estancó en ese tiempo sin regreso, y
juró jamás volver a hacerlo. Sus besos de hielo no fueron de hielo para mi, y
su fuego me quemó por dentro en las entrañas. Se instaló dentro de mí, pero al
marcharse se llevó mis más profundas ganas de amar.
Mi besos en su cuello era como un collar
ardiendo, y la hacía sentir corrientes en otras partes me decía, a la vez que
aquella fuerte presión en el pecho que la hacía de nuevo sentirse viva, como
cuando fue joven en mis brazos y se me entregó por primera vez. Ya no somos los
de antes, ambos lo sabemos, ni podemos cambiar la historia de nuestras vidas,
la tierra no gira al revés y el reloj marca ya muchas horas.
No te das cuenta del silencio hasta que lo
sufres en carne propia. Eran las palabras que yo había escuchado en
innumerables ocasiones de mi padre, y ahora entendía lo que antes de alguna
forma me resultaba incomprensible en ese tiempo.
Este lugar no me gusta hoy, pero es el
lugar donde la conocí, y departí con ella momentos increíbles. Aún siento su
olor en cada rincón. Le dejé una rosa roja en su casa, como la que le di el día
que la conquisté. Y vi volar una mariposa a mi alrededor que me dejó su aroma.
Prometió tantas cosas que no cumplió, por eso no me gustan las promesas. Quien
mucho promete, poco cumple, me lo dicen los años vividos, aún así sé que no
todos somos iguales y a lo mejor alguna vez quiera cumplir sus promesas.
Hoy sé que es más dura la sensación de
estar a la deriva, que estar solo, porque además de estar solo, estás
deambulando entre la nada y no te encuentras. Hoy me encontré todos estos
bellos recuerdos en mi memoria y decidí escribirlos, por si con los años la
memoria me falla, al leerlos sepa que fue lo que en realidad sucedió.
Todas ellas tenían una parte de ti y lo
sabes, pero sólo una parte, ya que ninguna de ellas eras tú...
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