Por eso trataré de enmarcar en mis miradas tu rostro y tu nombre estamparlo en mis pupilas, para cuando la vejez toque mi puerta, no dudar que en mi vida fuiste real.
Cuando todo este furor se haya marchado, desearé escuchar las líneas que hablan de ti, y tal vez en el ocaso de mis años, añoraré el tiempo que nos dijo adiós.
Con los años las miradas se hacen tenues y los ojos apaciguan su esplendor y solo quedarán conatos de recuerdos en la memoria de nuestros años tiernos, cuando el amor bailaba en nuestras vidas.
Cuando todo eso haya pasado, ojalá te encuentres a mi lado todavía, para que me cuentes como era nuestro ayer, y quizás vuelvan a sonar tus sonrisas como truenos con su eco en nuestra esquina, embriagadas del aroma de tu piel.
Tomarás mis manos entre tus manos y ya sin poder recordarte por el peso de mi edad senil, me volverás a contar una y otra vez aquella historia de nuestro amor, de cuando nos conocimos y entonces te volveré a sonreír como un niño.
Confirmarás al mirarme fijamente a los ojos, con las huellas del tiempo marcando con sus surcos mi piel, que siempre carecieron de maldad mis acciones, porque a nuestro amor le sobraba ingenuidad.
Cuando mis años se hagan largos, ya será muy corto nuestro tiempo; pero aún así, recordarás con el último suspiro de mi vida que jamás te mentí, y que tú si fuiste en realidad el único y gran amor de mi vida.
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