domingo, 24 de enero de 2010

Sin La Luz De Sus Ojos...


Para Eduardo...


Muchas veces me pregunté como podía caminar sin tropezarse con las cosas que por su lado estaban, utilizaba las manos como si fuesen sus ojos, iba tocando suavemente con sus dedos las paredes, y así mientras palpaba las cosas, se orientaba en aquella casa que era su habitáculo. Creo que el tenía ochenta años cuando se quedó ciego, no recuerdo los años antes, ni como se fue produciendo esa oscuridad en su vida.


Él, de por si tenía un carácter fuerte, muchas veces agrio, pero quien lo conocía realmente sabría que era uno de los mejores seres, y con un corazón grande como los cielos. Aseguro que jamás lo vi derrumbarse ante ese hecho que le trataba de arrebatar parte de su arrogancia, y altivez, pues seguía siendo aquel hombre orgulloso y lleno de vitalidad como en sus mejores días, pero sin desprenderse de la nobleza que llevaba dentro.


No sé desde que edad conocí a Eduardo, creo que de siempre, pues siempre lo vi con nosotros hasta el día que murió en mis brazos y en los de mi hermano, pero eso fue muchos años después de aquella ceguera que le perturbara la vida. Mi abuela María, era una mujer tenaz, y un día cualquiera se propuso como siempre a buscar un médico que lo operara para evitar que siguiera divagando entre las sombras de sus tinieblas. Ella sabía que no contaba con recursos económicos, pero los obstaculos la incentivaban. Yo al verlo así, sentía mucho dolor, ya que pensaba que una persona de su carácter se hundiría cada vez más en ese abismo impredecible de quienes van perdiendo el horizonte.


Eduardo nunca se rindió ante esa adversidad, igual que jamás lo hizo ante todas aquellas que se le fueron presentandon a lo largo de sus días.A Eduardo lo operaron de la vista, volvió a ver mejor que la primera vez, divisaba a lo lejos al camión de coca cola, cuando se acercaba a la tienda, nosotros aún no lo habiamos visto y él nos decía "mirenlo, allí viene, es aquel que viene doblando la esquina", parecía insólito, pero así era. Su vista se recuperó cien por ciento, y volvió a tener la destreza que había tenido anteriormente.Trasportaba más de cincuenta cajas de refrescos al hombro de un lugar a otro y sabía cuantas botellas teníamos, y cuantas se habían llevado los clientes, todos esos datos los guardaba en la memoria.


Era fuerte como un roble, y siempre lo vi ayudando a mi abuela de forma desinteresada. El día que murió, se levantó con un fuerte dolor de estomago, yo estaba en la tienda que teníamos en la parte de atrás de la casa, y de pronto mi hermana menor me llamó bastante preocupada, me dijo que Eduardo estaba bastante mal, lo miré y la verdad fue que me preocupe mucho, pues jamás lo había visto como lo vi esa mañana, estaba palido como un papel, sin embargo seguía con sus bromas de siempre, pues al llegar mi novia le dijo algunas cosas graciosas que ya no recuerdo bien, pero todos nos reímos. Un amigo salió a buscar un taxi, al traerlo, mi hermano y yo con mucho cuidado subimos al taxi a Eduardo, que como nunca caminaba de forma muy lenta, y con un gesto de dolor en su rostro que reflejaba por lo que estaba pasando.Lo llevamos de inmediato a la clinica más cercana, eso me hizo recordar la vez que murió mi abuela, ya se calcaban los pasos, las situaciones y las clinicas donde los llevamos, un mal presentimiento me daba vueltas, y sólo habían pasado algunos años desde aquel día en que mi abuela nos dijo adiós para siempre, salió de casa en aquel taxi para ya jamás volver...Eduardo ahora se subía a otro, y quien sabría si iba a volver a casa.La vez que murió mi abuela, fue casi igual se levantó con un fuerte dolor abdominal, la llevé en taxi hasta la misma clinica, y de allí nos remitieron al hospital, en esa perdida de tiempo se le iba la vida misma, mi abuela sacó un fajo de billetes que guardaba cuidadosamente y me lo entregó, me dijo, "no se lo des a nadie, eso es para ustedes, para la comida y sus gastos", como si supiera que no nos volvería a ver, en ese momento la subieron al tercer piso del hospital en una camilla, y como yo llevaba muchas horas sin desayunar, me fui a casa rapidamente, pues me dijeron que la mirarían y como a las dos de la tarde la operarian, eso me daba tiempo para ir a casa a cambiarme y desayunar, así lo hice.


De regreso me encontré con que ya la estaban operando. Antes de irme si noté que en sus brazos y cuello tenía moretones, como si fueran manchas de sangre producidas por apretones, se lo mostré a los médicos, también vi que una de las agujas que tenía clavada en la mano, por donde le suministraban los medicamentos, estaba llenandose de sangre, lo mismo que el cable que llegaba hasta el frasco que colgaba, se lo quitaron y acomodaron, ya que le hacía mucho daño en la mano. La miré, y aún recuerdo esa mirada buena, amplia y noble, me sonrió, mientras se alejaba en aquella camilla, y me dijo "no te preocupes me irá bien".


Me veo en un bus llorando, voy sentado en el primero puesto detrás del conductor, pero nadie se percata que lo hago, a nadie le importa lo que le sucede a otros seres, van demasiado rápido y ocupados en sus cosas, para darse cuenta de un joven que ha perdido una parte de su vida. Mis lagrimas salian más puras que nunca, el dolor era tan intenso que no podía respirar...mi abuela había muerto. LLegué a la casa de mi papá, lo encontré por casualidad, como pocas veces...me dijo que lo esperara allá en la funeraria, después de consolarme un poco...salí como sin rumbo, no como la noche anterior, que llegué a casa como a las once de la noche después de visitar a una amiga, y mi abuela me había guardado detrás del televisor un vasito de leche y un bollo, estaba allí escondido, pues no teníamos nevera para guardadarlo. Ella me dijo ya acostada aquella noche, "te estaba esperando, pero como has llegado muy tarde, te he dejado algo detrás del televisor, lo dejé allí para que los demás (mis otros hermanos) no se lo coman". Ella lo hacía porque yo me alimentaba muy mal, y casi siempre pasaba en la calle. Mi abuela siempre fue muy especial conmigo, siempre la tengo y la tendré presente en mi vida y jamás, pero jamás la olvidaré...


Cuando llegué de casa al hospital, después de cambiarme, tuve que esperar varios minutos para saber como había salido de la operación, estaba a mi lado mi tío, un sobrino de mi abuela, y varios familiares más. Nosotros sólo viviamos con mi abuela y Eduardo, mi mamá en esa época casi siempre estuvo trabajando en Venezuela para poder educarnos, ya que en Colombia jamás consiguió un trabajo estable con el cual sacarnos adelante. Mi mamá se había marchado hacia quince días a Caracas, nuevamente para seguir trabajando, después de pasar unas vacaciones con nosotros en Cartagena. Ella viajaba constantemente, pasaba cortas temporadas entre ir y venir, como lo hacía mi abuela cuando era la que trabajaba en sus tiempos de bonanza.


Salió el Doctor al fin, su mirada triste lo decía todo, no me faltaron sus palabras para comprender que ya mi abuela no estaba con nosotros. Yo supe a que hora se fue de esta vida sin que él me lo dijera, ella murió a las dos y cinco de la tarde, yo lo sentí, había mirado el reloj de la sala de espera y lo supe, pero me quedé callado como quien no dice algo en voz alta, para evitar que se cumpla, pero creo que debí decirlo, como cuando tenemos sueños malos, pesadillas, que es mejor contarlas para evitar su realización, pero me quedé callado, y cuando el médico dijo las nefastas palabras "Son ustedes los familiares de la Sra: María??? uuuhhhmm, lo siento, hicimos todo lo que pudimos, pero ha fallecido", yo al escuchar esa palabras salí corriendo a una esquina, me escondí y comencé a llorar torrencialmente, no sé durante cuanto tiempo lo hice, pero cuando abrí los ojos, mi cuerpo se encontraba lleno de sangre, mis manos también, me asusté mucho, y me di cuenta que la sangre me salía por la naris...enseguida los médicos me atendieron, pero ya eso no me importaba, mi mente estaba en no sé que lugar del mundo.


El vacio que se siente en casa al perder a un ser querido es inexplicable, te sientes solo aún en compañía, y todo te sabe a poco, y más teniendo en cuenta que mi abuela era una mujer autoritaria y que se hacía sentir, con voz potestativa y llena de conocimientos y recursos, esos que se marcharon con ella para siempre. Mientras atendian a Eduardo en la clinica, llegaron las once de la mañana, y las doce, y la una, y así hasta las 4 de la tarde. Mi hermano y yo lo mirabamos en aquella cama enchufado a aparatos y hablaba con nosotros, en uno de esos momentos después de realizarle el cardiograma y otras pruebas más, nos dijo que tenía hambre, que sentía mucha fatiga, entonces mi hermano fue a comprar y le trajo un jugo de manzana, lo que es insólito, es que en la clinica pasaron por alto eso, y yo era muy joven para ser más exigente con el personal de allí, y exigirles la atención necesaria, ya que no le habían dado comida, y era normal que una persona sin desayunar, y enferma, ya a las cuatro de la tarde estuviera sin fuerza. Él se tomó el jugo como si jamás se hubiera tomado uno y ya casi a las cinco de la tarde lo dieron de alta. Llamamos otro taxi para ir a casa, por fin me dije en mi interior, menos mal que se ha recuperado mientras le daba gracias a Dios por haber salido bien de aquella situación.


Al llegar el taxi, abrieron las puertas de urgencias de la clinica para que éste se ecercara y Eduardo pudiera subir sin caminar mucho, en ese momento mi hermano y yo, lo ayudamos a levantarse de la cama y nos pusimos uno de cada lado ayudandolo, con sus brazos sobre nuestros hombros y las manos por su cintura. Cuando él se levantó, se puso sus chanclas verdes y caminamos como siete pasos, atravesamos la primera puerta y giramos a la derecha, de pronto Eduardo se empinó, se levantó sobre la punta de sus pies, y soltó un suspiro que jamás he podido olvidar, enseguida calló todo su peso sobre nosotros y su cabeza quedó mirando hacia abajo. Era impresionante lo que pesaba entonces...Eduardo se había marchado y nos había dejado de un plumazo, se había también marchado para siempre, quizás desaba ya desde hace mucho encontrarse con mi abuela, y aprovechó aquella oportunidad para hacerlo...no se despidió, pero mi hermano y yo sentimos como su alma se elevó hacia los cielos, mientras dejaba entre nosotros su cuerpo viejo y agotado por los años y sufrimiento...mientras nos dejaba nuevamente sólos, sin norte y sin sur, ese sur que quizás hubiera sido mejor que su eterna ausencia...


Recuerdo que cuando eramos pequeños y viviamos en Barranquilla, Eduardo nos cuidaba, nos preparaba el café, nos bañaba y vestía...el era en verdad un hombre bueno. Le gustaba prepararnos bastante café con leché para el desayuno, y nos sentaba en una mesita pequeña que mi mamá nos compró, era para niños pequeños entre cuatro y cinco años, esos que creo que teníamos. Era un hombre correcto, típico de pueblo, con sus costumbres provincianas. Cuando discutía con mi abuela que era casi siempre, entonces cogía toda su ropa que tenía metida en un costal (saco), y se lo ponía al hombre, dieciendo que se iba de la casa y ya jamás volvería, que no lo buscaran, que se iba a perder por el mundo para que nadie supiera de él, sobre todo mi abuela, que era la que le cuestionaba todo lo que el decía, o pensaba...Se marchaba, mientras nosotros lo mirabamos por la ventana y le rogabamos para que no lo hiciera, pero él sin hacernos caso se subía su costal en el hombro y se marchaba, dejandonos con los ojos llenos de lagrimas.


Con el tiempo comprendimos que ellos, mi abuela María y Eduardo (su hermano) no podían vivir el uno sin el otro, eran unos hermanos inseparables y jamás permitían que se hablara en su presencia mal del otro. Eduardo era como el guarda espaldas de mi abuela, la acompañaba en todo. Él con su cabello blanco, y su rostro marcado por los años nos enseñó a no rendirnos por nada, a ser fuertes y con caracter decidido...él con sus dos formas de ser, la de niño y la de adulto, nos enseñó a ser felices aún después de las adversidades...


Eduardo murió aquel cinco de noviembre, de la misma forma en que lo hizo mi abuela el veintidos de julio...sin decir nada, sin quejarse, sin hacernos pasar malos ratos, ni meses en hospitales, ni sufriendo en casa...ambos salieron de casa para no volver. Eduardo nos dejó el alma destrozada con su partida, y era lo único que ya nos quedaba de nuestra infancia, nos sentiamos protegidos con él, por su autoridad, y con su presencia en aquella casa que ahora se nos quedaba grande, tan grande como el silencio que nos dejó, con el se fueron las noches de cuentos y carcajadas, con el se fue una parte de nosotros...Eduardo se fue aquel día, sin saber que nos dejaba "sin la luz de sus ojos".

No hay comentarios:

Que tal te ha parecido este escrito

Buscar este blog