domingo, 24 de enero de 2010

No Fue La Primera Vez...


No fue la primera vez que los vi, pero siempre que los miro me transmiten la misma ternura, no sé si será por su edad, o por la música que entonan, o por las sonrisas que llueven de sus rostros, ocultando de seguro sus mil calamidades. Se suben en los trenes del metro en cualquiera de las líneas, escabulléndose de seguridad, para que no los desalojen por comportamientos según ellos incívicos. Ya me los he encontrado en varios recorridos realizados; él sube con su acordeón piano negra, y ella con una pandereta roja, que toca mientras acompaña a su marido a cantar. Sus voces no son afinadas pero irradian la alegría que me falta a mi.


Sus ojos tiritan como estrellas mientras cantan esas canciones que te hacen creer que eres uno de esos personajes idílicos de los que te hablan, te sientes enamorado como el primer día, optimista, alegre por la magia de esas canciones; pero muchos viajeros los miran como bichos raros, como si no fueran personas y estuvieran invadiendo su intimidad, otros no quieren ni rozarse con ellos, y los miran como mendigos o personas no deseadas. La situación personal de muchas personas es distinta a la nuestra, pero no todos podemos entender cosas que no hemos vivido, eso lo tengo bastante claro, y menos cuando se ha nacido teniéndolo todo o por lo menos bastante mas de lo que otros han tenido o tendrá en su vida jamás.

Al mirarlos fijamente ellos sonríen y con un gesto caritativo me trasmiten sentimientos distintos a los que veo normalmente en la cara de la mayoría de las personas que a diario me encuentro por la calle, o en el trabajo, inclusive, algunas veces me comparo descubriendo que no tengo lo que ellos llevan, ni siquiera una parte de su alegría. Ellos son supongo que rumanos o de países del este de Europa, desplazados quizás por alguna contienda o por su devastada situación política-económica, tal vez igual que la de mi amada y destruida Colombia.

El es un hombre delgado y alto, con cabellos claros y ojos azules, y viste ropa sencilla, ella una mujer de aproximadamente sesenta años, con rostro desgastado, pero luciendo una sonrisa como de niña alegre que apenas empieza a ver los rayos del sol, y una estupenda y larga cabellera, y mientras canta sigue desafinando y el viajero que va a mi lado se burla, es un joven de unos escasos veinte años, quisiera en verdad verlo en su posición y sentir lo que el sentiría en su estado, en su vida, en su interior…mirar sus ojos y que él sienta lo que ella lleva por dentro, sus angustias y sufrimientos, algo que quizás el jamás ha sentido, y después que vuelva a su vida normal, para ver que sucede, si vuelve a burlarse de esa forma, o cambia su comportamiento, yo sólo lo miro sin juzgarlo, no soy Dios, pero si sé lo que es la impotencia de sentirse en un estado similar de escasez…de no tener nada, sólo la esperanza de un día mejor, de confiar plenamente en que las cosas cambiaran, de ser feliz con lo poco que se tiene, y con las ganas de tener lo que se desea, y luchar por ello.

Después de acabar con aquel espectáculo, algunos meten sus manos en los bolsillos y sacan algunas monedas y generosamente le tienden sus manos, ellos corresponden con sus sonrisas incansables, esas que quisiera tener yo, las que de veras me faltan, yo también les entrego unas cuantas monedas y ellos a cambio me regalan una sonrisa, esa sonrisa que de seguro me durará varios días…

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