jueves, 13 de octubre de 2011

Rosa y Sus Ojos de Gata...

Para Rosa Sánchez.


Jamás podré explicar en realidad que fue lo que me llevó a ella, ni tampoco lo que me arrebató sus ojos verdes de oliva que se enturbiaban como escarchas que salían hasta mi vida. Veintiuno de julio fue esa fecha, no lo podré olvidar, si su piel trigueña se veía dorada al ir cayendo el anochecer y mientras se dormían los rayos del sol sobre sus hombros. Sus miradas me decían cosas que en ese tiempo no comprendí.

La conocí como se conocen los adolescentes en mi tierra. En una fiesta. Yo iba con un pantalón blanco y camisa azul, y aquellas botas negras que no me gustaban en absoluto, pero tenía que llevarlas al carecer de otras. En ese tiempo yo llevaba el cabello medio largo, como el de los futbolistas de la época y mi mente andaba cargada de ilusiones. Me acerqué y divisé a lo lejos el tumulto de jóvenes en la puerta de la casa, y supuse que allí era. Me paré al frente, en una tienda de la esquina. Quedé viendo por si acaso observaba a algún amigo del colegio que me hiciera más agradable la llegada. No conocía a nadie de los que estaban afuera, así que me arriesgué a entrar. Ya dentro noté que había varios amigos bailando, y bien abrazados con sus parejas de turno. De pronto observe la silueta de una chica que parecía estar sola, y de inmediato la invité a bailar, pero el calor después de varias canciones nos hizo salir a tomar el aire. La invité entonces a un refresco en la tienda. De un momento a otro me dijo que la esperara. Noté a menos de veinte metros que alguien la llamaba, era un chico como de mi edad, y parecía reclamarle algo. Ella al final le hizo desaires y volvió donde yo estaba. Le pregunté quien era, me dijo que un amigo que la molestaba, y seguimos hablando como si nada. No le di importancia a esa situación.

Luego entramos y seguimos bailando. El chico volvió a llamarla cuando estábamos dentro, pero preferí seguir al margen, en realidad no sabía lo que pasaba entre ellos. Continuamos bailando y decidí marcharme, le pregunté si podíamos volvernos a ver y me respondió que si. Tampoco volví a preguntarle por el chico. Nos encontramos muchas veces después de ese día. Me sorprendió la noticia para esas fechas del fallecimiento espantoso de su hermana, a la cual yo no conocía. Fueron días muy duros. La acompañé a mi manera en su soledad. Hoy me llegan imágenes de ella vestida de blanco y negro, con su cabello recogido. Sé que son los recuerdos de esa época marcada por el dolor. Sus ojitos grises se tornaban opacos y encogidos por el llanto, pero yo no podía hacer nada. Solo estar a su lado.

Un día cualquiera me contaron que una chica me había estado buscando en el barrio. Se me hizo raro, sin embargo no llegó a casa. La descripción que me dieron era de ella, pero jamás lo admitió.

El tiempo cura todo o lo disfraza digo yo, y poco a poco se fue resignando a aquella cruel perdida, y empezamos a ver una luz de esperanza en lo nuestro, casi estaba germinando algo entre los dos, cosa que me tomé con calma, siendo muy raro cuando se trataba del amor en mi vida.

Aquel sábado veintiuno de julio de mil novecientos noventa llegué a casa casi a las once de la noche, y mi abuela no me esperó despierta, cosa muy rara cuando se trataba de llegar tarde. Ella era muy temerosa, y no se acostaba hasta que yo no llegara. Al entrar a casa la encontré acostada.

Al otro día perdí a mi abuela del alma, y esa noche a Rosa. Algo muy raro, dos fechas para no olvidar, porque jamás las volví a ver. Mi abuela se marchó de esta vida para siempre. Me cuenta mi hermano que se cansó de esperarme y se acostó con un fuerte dolor en el abdomen, el mismo que le arrebató la vida al día siguiente a las tres de la tarde en el Hospital Universitario de Cartagena. A Rosa tampoco la vi más, jamás me crucé en las calles de nuestra ciudad ni por casualidad con sus pasos, circunstancias muy extrañas siempre evitaron lo nuestro.

Me queda una leve imagen de nuestras manos unidas frente al centro comercial Buenos Aires. Ella esperaba el bus para ir a su casa, mientras yo la acompañaba esa noche. Nos miramos fijamente entre los rayos de la luna que se cruzaban entre los dos. Se acercó a mi rostro, la tomé por la cintura, y al momento de besarla, solo le rocé con mis labios la mejilla mientras ella cerraba los ojos. Quedé suspirando el olor de su piel. La apreté entre mis brazos y sin saber por qué nos dijimos adiós. Me cogió la mano antes de marcharse como reclamándome algo, pero luego la soltó levemente hasta que sus ojos de gata se alejaron de mi.

La he recordado como se recuerda a los seres que nos dejan huellas enormes. He querido encontrarla alguna vez para preguntarle que nos pasó, que extraña situación prohibió lo nuestro. Para confesarle que fue alguien especial en mi vida, y que hay cosas que no podemos explicar con estas palabras que tenemos los humanos.

Quisiera encontrarla solo para decirle que sus hermosos ojos grises no han vuelto a aparecer ni en mis sueños, ni en las mujeres que se han cruzado alguna vez por las tantas calles de mi vida. Para decirle que ese tiempo también precluyó con ella, y que me diga si es que lo sabe ¿Por qué sus ojos de gata jamás volvieron a aparecer en mi vida?

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