lunes, 14 de febrero de 2011

La vida aún es bella

Dos lágrimas colgaban de sus ojos de oliva
mientras cupido se alejaba
dejando las huellas del olvido
en sus entrañas
y en esos labios frescos y desiertos de besos
moría el amor

Otros senderos
y el mismo vacío hondo
cicatrizando indeleblemente su alma
despojando a paso lento como las horas
las sombras diáfanas
que apagan como brisas los sueños

Nadie es perfecto
quien lo creyera
la niña de los rizos de oro llorando otra vez
arden los trigales de sus ojos
y no hay jazmines frescos que la apacigüen
los caminos se bifurcan
creando un mar de confusiones

A lo lejos la esperanza es fría
más que de costumbre
cerca somos estatuas inmóviles
e impávidas de soledad
como duele no ser queridos como ayer
olvidados en el sendero
en que fuimos un día amados

No llores
no bañes tu rostro de nostalgia
se difuminan los recuerdos
la vida no es justa te dices
antes pensabas que lo era
cargas más dolores que alegrías en tus pasos
esas lagrimas no te dejan descubrir
que la vida aún es bella…

miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Quién Puede Entonces Decir Que Miento?



Escribirte es una sensación que me alivia, pero no de ningún dolor, sino de las palabras que quieren salir corriendo cuando llevo varios días sin hacerlo. Ellas vuelan como pétalos al aire. Van ligeras de equipaje, y sonríen al verte. Cuando te escribo eres su destino y no se sacian de mirarte. Sé que no puedo hacerlo, pero ellas te contemplan desde su mutismo, y son felices en segundo plano.

Bajábamos las escaleras de caracol, igual que las subíamos. Mientras subíamos mis manos se deslizaban entre su falda y rastreaba sus piernas suaves. Ella reía. A mi se me aceleraba el corazón. Ya en lo más alto divisábamos el mundo. La ajustaba hacia mí, y suspirábamos hasta el final. Así fueron aquellas noches. Ella rondaba los veinte años. Yo le arrebaté miles de sueños. Ella me clavó sus miradas en el corazón. Moriré queriéndola.

Me gusta escribirte, aunque también es cierto que no respondes en muchas ocasiones, es más, casi nunca lo haces, a lo mejor olvidaste el protocolo de la correspondencia. El de responder los mensajes, las cartas, los e-mail. Pero eso no me importa, porque si escribo es porque me gusta hacerlo, y contar cosas que quiero decir. No para que me respondan. No es realmente lo que busco. Escribir es un arte, no por lo bien que se haga, sino por el placer que genera en quien lo hace. Por la libertad que se siente al hacerlo.

En el parque centenario estuve un día acostado sobre una banca con una de las chicas más hermosas que me entregó sus besos, mi cabeza descansaba sobre sus piernas y con sus dedos acariciaba mi cabello, pero sus miradas yacían pérdidas, pensando en otro amor. Jamás me lo dijo. No hace falta decir muchas cosas que el corazón descubre. En ese tiempo yo coleccionaba amores como trofeos, así que tampoco me importaba mucho, mientras me siguiera haciendo feliz. Sé que ella sufría el despecho de otros labios distintos a los míos. Pero las esferas del amor son indescifrables muchas veces. En una fiesta donde estuvimos ella fue el centro de atracción contorneando sus caderas en mis manos, mientras enredaba sus brazos sobre mi cuello. Vestida con su flamante vestido blanco apaciguó mi pasión ardiente aquel día. La verdad es que su febril entusiasmo discrepaba con lo que cargaba dentro. Sus pecas en el rostro eran las penas que guardaba. Sus lunares en la espalda el mar de sus dudas.

Cuando me siento a escribir, no sé que voy a decir, no es nada premeditado, y mis dedos empiezan a pulsar las teclas de mi ordenador, no como antes, que escribía con mi bolígrafo todo lo que quería, y aún guardo cada uno de los miles de escritos que he realizado. Ninguno ha quedado huérfano de mí, los conservo todos, aún aquel que escribí en las hojas secas de un árbol. Los que están con borrones y tachones son la esencia de los que paso a limpio. Son los verdaderos escritos, y guardan la sustancia, la originalidad, lo natural. Después los voy puliendo, pero sé que fueron dejando en el camino parte de lo que fueron, como también lo he hecho yo.

Caminar a su lado fue grato, claro está, hasta que quiso. Ya habrá un nuevo día en que el sol vuelva a alumbrar para nosotros. Lo cierto es que yo no podía entregarle lo que ella quería, ella no podía darme lo que yo anhelaba. Muchas veces hay límites que no se pueden obviar. La distancia no es distancia si no se respetan los límites, pero si lo hacemos no hay nada que hacer. Me pregunto cómo ser feliz sin querer. Es como un barco a la deriva que se amarra a cualquier puerto. Callar para no llorar. Reír para olvidar. Otro amor, otra esperanza. Una mentira que te aleje los fantasmas que quedaban de mí. Diecisiete años tenías entonces. Sin experiencia se quiere más. No hay temores ni miedos, todo es bello entonces. Hoy hay grietas en tu rostro, hay recuerdos en mi alma.

Hoy te he vuelto a escribir, imaginando una sonrisa amplia en tus labios al recibir mis letras. Y te cuento que me duele la espalda, quizás por el estrés del trabajo, y que estuve estudiando hasta largas horas de la mañana, y aún no he dormido, pues el trabajo es una obligación perpetua, cuando uno se aleja de la adolescencia. La niñez ya está lejos. Mi niño hoy está dormido. Que ingenuos seguimos siendo aún con el paso de los años. Por lo menos yo soy así. Recuerdo la paloma que retraté en el parque de la ciudadela, es un parque hermoso, y muy amplio en Barcelona. Se encuentra en una parte céntrica de esta ciudad condal, muy cerca del Arco del Triunfo, parecido al parisino, es como una homonimia. Si, también hay muchas que se parecen a ti, pero no me hacen sudar el corazón. ¿Cuántas veces llega el amor?

Siempre te cuento mis cosas, historias cargadas de aventuras disueltas en pasado sin gloria. Pero es mi vida y debo contarla. Es la obligación de alguien que escribe todo lo que vive como yo lo he vivido, y sentido. Y llorado, y querido. Sé que pocos han querido como yo fielmente a todos mis amores infieles, e infielmente a todos mis amores fieles. No sé necesita nada más, simplemente reconocerlo, para evitar la cobardía de querer ser perfecto en un mundo de imperfecciones, o querer ser un ejemplo para nadie. Si mañana me contemplo en un espejo, quiero verme yo, y no a alguien que no he sido, ni que me imaginen distinto al que realmente fui. ¿A que nos gusta contemplar el mundo con sus estrellas? También las noches esconden secretos como yo. Es fácil descubrir al escritor si lees sus cosas. ¿Quién puede entonces decir que miento?

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